De política y cosas peores

domingo, 13 de abril de 2014 · 22:08
Los recién casados regresaron de su luna de miel, y los papás de la muchacha los invitaron a cenar. El papá de la chica comentó evocadoramente: "Jamás olvidaré la cara de felicidad de Rosilí cuando se puso el vestido de novia’’. "Eso no es nada -dijo el novio-. ¡Hubiera usted visto mi cara cuando se lo quitó!’’... La suegra de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, se quejó con su hija: "Tu marido me llamó ‘cara de palo’”. "No es cierto -se defendió Capronio-. Jamás le dije eso”. "No con esas palabras -admitió la suegra-, pero me dijo: ‘Tápese la cara, suegrita, que ahí viene un pájaro carpintero’’’... Un golfista, deseoso de mejorar su juego, decidió tomar lecciones con un profesional. Ya en el campo le dijo éste: "Como primera lección haga el swing, pero sin pegarle a la pelota”. Responde el tipo: "Eso ya lo sé hacer. Vamos a la segunda lección”... Otro golfista se justificaba con su mujer: "Juego golf porque es un magnífico ejercicio. ¿Tienes idea de cuántas veces me subo y me bajo del carrito?”... El padre Arsilio dijo en su sermón: "La puerta del Cielo es muy angosta”. Don Chinguetas se inclinó hacia su esposa y le comentó en voz baja: "Igual que la puerta de esta iglesia. Y apuesto que tampoco hay estacionamiento”... Un cubano logró escapar de la Isla, y llegó a Miami después de cruzar el mar ¡en una lata de atún! Una reportera le dijo, entusiasmada: "¡Qué hazaña consumó usted tan prodigiosa! ¡Atravesar el mar remando en una lata de atún! Imagino todos los obstáculos que debió vencer: la policía de Castro, las tormentas marinas, la amenaza de los tiburones...!”. "Todo eso fue bastante complicado, chica -reconoció el cubanito-. Pero lo más difícil fue conseguir la lata de atún”... Don Martiriano y su tremenda mujer doña Jodoncia hablaban acerca de un asunto familiar. "Yo opino...’’ -arriesgó tímidamente don Martiriano. "¡Tú te callas! -rugió doña Jodonciaa-. ¡Cuando quiera oír tu opinión te la diré!’’... Algunos puristas del derecho y la política ponen reparos a la intervención del gobierno federal en Michoacán, especialmente por lo que se refiere al nombramiento de un comisionado, al que llaman "virrey presidencial”. Lo cierto, sin embargo, es que por diversas causas ese estado había entrado en una peligrosa situación que se asemejaba mucho a la ingobernabilidad. La precaria salud del gobernador Vallejo, la corrupción en que incurrieron funcionarios estatales y municipales, la presencia de grupos armados de diversos bandos; todo eso se combinó para hacer que Michoacán se convirtiera en un barril de pólvora, si me es permitida esa inédita expresión. Con el mayor respeto para el federalismo -aunque nunca he tenido el gusto de conocerlo- debo decir que sólo con la intervención del gobierno central pueden resolverse los conflictos de todo jaez que afronta Michoacán, uno de los más bellos estados de la República y uno de los que mayores problemas tiene. Por fortuna se advierte una disminución en la violencia que los michoacanos sufren. Varios capitostes de la delincuencia local están ya en la cárcel o en el cementerio, y hay visos de esperanza de que a los municipios más afectados vuelva la tranquilidad. Ojalá eso suceda pronto: no es justo que ese "ese jardín de las delicias” que dijo Morelos siga convertido en terreno minado... El vaquero joven llegó al pueblo y conoció en la tienda a una señora complaciente que de inmediato lo invitó a su casa. Cuando reposaban de la fatiga que les causó su reciente amistad el vaquero empezó a contarle su vida a la señora. "Y ahora -dijo al terminar el relato- mi mayor ilusión es morir como mueren los vaqueros: sobre mi caballo”. En eso se oyó que se abría la puerta. "Trae tu caballo y móntate -le dice la señora-. Es mi marido”... Doña Facilisa fue a la consulta de un terapeuta sexual. "Tengo un problema grave -le informó-. Cuando mi marido llega al final del acto del amor lanza un grito tal que comparado con él los alaridos de Tarzan (Nota: el Hombre Mono) son apagados murmullos de arroyuelo, trinos casi inaudibles como de colibrí”. "Ése no es problema, señora  -le respondió el facultativo-. Antes bien debería usted sentirse orgullosa de que su marido manifieste su éxtasis con ese penetrante ululato de salvaje”. "Sí -admitió doña Facilisa-. Pero en algo debo estar fallando, porque nada más él grita así; los demás no”...  FIN. 

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