Arteoficio

Gramática

domingo, 18 de diciembre de 2016 · 00:00
Por Lauro Acevedo

Es cosa ya muy sabida y verdad de Perogrullo, que la gramática es "El arte de escribir correctamente una lengua cualquiera”, con sus partes fundamentales que son la analogía, la sintaxis, la prosodia y la ortografía. 

Podemos decir además que otras versiones nos dirán que también entran la fonética, la morfología y la semántica. Otras definiciones o límites de esta área del conocimiento humano dentro de los estudios lingüísticos nos dirán que es un conjunto de normas para organizar una lengua.

Así, por estos caminos, diremos que para existir tenemos una gramática, la gramática de la vida, que existir, sin los preámbulos shakesperianos, no es más que un orden. 

Un conjunto de normas, atender esto, podemos conjuntar en nuestra visión diaria los aconteceres de la sintaxis, que sólo significa "con orden”; lo contrario serían serios errores de sintaxis, como la violencia, el ultraje a la dignidad humana, sólo que entonces estaríamos ya con una mezcla  interna de campos semánticos, entre desórdenes y negatividades. Nos pronunciamos por la consecuencia normal de los hechos, por la calma después de la tormenta, por el paliativo mesurado ante el desquiciamiento voluntario o involuntario. 

Elementos sin par 
Pronunciamos la vida como un canto, como un regalo, como una ofrenda, como un legado, herencia del misterio. La vida es una oración completa con su sujeto y su predicado, tiene en sus núcleos a seres reales, los distinguidos homo sapiens sapiens.

Le ponemos h inicial al honor y uve que no be a la valentía, es decir, tenemos una ortografía interna que nos hace escribir una historia de la humanidad; los hechos son palabras que marcan el cauce del acontecer.  

Somos letras en la escritura milenaria de nuestra especie, signos pues de una trama por demás maravillosa, en ese tejido intenso de los vestuarios de nuestra existencia.

Marcamos como huellas indelebles el desgarramiento de la piel de los hermanos, hacemos honor a nuestro rango depredador, nos urgen, al parecer, los trozos de nuestros congéneres en el rojo matiz de nuestras manos, nuestro campo semántico es un conjunto de guerras fratricidas todas. 

La salvedad es que también conformamos oraciones bien intencionadas, hechos sintácticos del ser, aciertos en la correcta escritura, frases dignas, concreciones de amor. De sentimiento de unidad, de anhelos de volar más allá de los negros horizontes de la desdicha.

Un juego somos de adivinanzas, una serie de analogismos, somos elementos sin par de la creación, escritura del universo, copartícipes del sueño explorador, sendero de viajes insospechados.  

Hemos aprendido a concebir al amor como una caja de valores tangibles, de donde podemos extraer todo arte de magia posible, todo tejido de viva concordancia, aunque nuestro cerebro en ocasiones de la historia desatine, volvemos al rumbo en un campo sembrado de esperanzas.

Vayan y siembren, nos dirá la flor de la mañana, al recibir en su pistilo la fecundación de la luz. Vayan y siembren, nos dirá el cauce de las formas que dan lugar a las palabras del inicio.

Así todos, origen y circunstancia, entramos diario en el laberinto de los hechos, concretamos el ascenso o descenso de la vida, los rumbos son infinitos, construimos el camino al descubrir novedades en la bitácora, tiempos de flote abierto en el proceloso mar de la discordia, ese rumor de muerte que nos ronda se pierde en al nacer del canto.
En la brisa renovada del amanecer.

Poeta y ensayista.
enardecidavoz@gmail.com      

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