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El cuerpo del bailarín en de la danza teatral Parte I

Considerado sólo como un objeto sujeto a manipulación y dominio; desintegrado, coartado, disociado de la unicidad que lo integra como ser humano: mente, carne y espíritu
domingo, 26 de junio de 2016 · 00:00
Por Minerva Muñoz Rodríguez

En el arte danzario el cuerpo ha sido el principal instrumento de expresión y medio de comunicación para la transmisión de ideas, emociones, representar historias o abstracciones de la mente. 
El cuerpo del bailarín es el elemento esencial sin el cual la creación y ejecución  en la danza no sería posible. 
Sin embargo, en diversos ámbitos incluyendo el de la danza, el cuerpo ha sido desarrollado y moldeado sólo en su fracción matérica, es decir, en el aspecto físico y la apariencia del exterior. 
Considerado sólo como un objeto sujeto a manipulación y dominio; desintegrado, coartado, disociado de la unicidad que lo integra como ser humano: mente, carne y espíritu. 
En un afán de perfeccionamiento instrumental, físico o técnico, el cuerpo está al servicio de la tecnología occidental, dice M. Levin: "El cuerpo censurado, animadversión al cuerpo”.
El patriarcado dominante en la cultura occidental ha supeditado y manejado al cuerpo como una cosa utilizada según intereses políticos, religiosos, sociales y mercadotécnicos, que por demás responden a dicho patriarcado. 
Las ideologías éticas y religiosas en occidente traídas hasta la actualidad, han fomentado, difundido e implantado a través de los tiempos una animadversión al cuerpo, lo sensual y lo femenino, censurando la expresión libre del cuerpo. 

La materia y el espíritu
La separación dual de la materia y el espíritu, la idea de dominación y castigo del cuerpo apoyada en el sacrificio y supresión de la carne a favor de lo espiritual, la aversión a la experiencia libidinal y su recepción, la relación del pecado con la femineidad y esta a su vez con la noción de la Madre Tierra y la fertilidad, llevaron al cuerpo a la nulidad.
Por otro lado, la suposición de supremacía de la mente y la razón, sobre la sensación, emoción y lo sensual contribuyeron a restringir el cuerpo al ámbito de lo objetual. 
Visto como una maquina compleja sujeta sólo a leyes puramente físicas; un recipiente contenedor del espíritu o un objeto sometido a leyes de la moda y del mercado. Estas ideologías inundaron los sectores de la vida humana y fueron preponderantes e influyentes en el arte dancístico durante varios siglos.

Nuevo código para el cuerpo
Delimitando y teniendo en consideración la diversidad de prácticas y estilos de danza -como la ceremonial, sagrada, popular, folclórica, entre otras- en distintas épocas y lugares, la danza teatral está circunscrita en la tradición occidental. 
Es entendida como la práctica dancística que se realiza con fines artísticos y de entretenimiento para ser presentada dentro de un espacio escénico y vista por un público.
La danza teatral tiene sus inicios en la Europa Central en el siglo XVI con la introducción de los ballets de la corte real a Francia. Regida por el poder, estas danzas eran realizadas en festines con fines sociales, económicos o políticos.
Ya en el siglo XVII, tal era el gusto y la influencia del Rey Luis XIV por la danza, que junto a Jean-Baptiste Lully y Molière le incorporaron nuevos matices. 
Piezas musicales completas hechas por un sólo compositor y la introducción de la acción dramática le dio un sentido dramático a la danza. Manteniendo la estética de la danza de la corte -realizadas con buen porte, estructuras espaciales geométricas, vestuarios ostentosos, máscaras, principalmente inspirados en personajes mitológicos-, Luis XIV agregó elementos técnicos elevando el grado de dificultad en la ejecución de los bailarines. 
El maestro y coreógrafo Pierre de Beauchamps, tuvo un papel decisivo en el desarrollo de la práctica y lenguaje de la danza clásica codificando los principios básicos de la técnica como el en dehors, las cinco posiciones de los pies y algunos pasos como los saltos entrechat y grand jeté.

Al plano profesional 
Despojada de los sentidos ritual, sagrados y provincial, la danza pasó al plano de la profesionalización, convirtiendo los ballets de la corte a lo que a la postre se conformaría como la técnica de la Danza Clásica. 
En 1661 se instituye en Francia la Real academia de la danza (conocida en la actualidad como la Ópera de París), siendo la primera institución en su tipo. 
Al cuerpo del bailarín se le imponen, entonces, nuevos códigos corporales y escénicos, demandando mayores requerimientos técnicos.
En los próximos siglos, desde el romanticismo hasta el siglo XX, el ballet evoluciona llegando a su mayor esplendor compositivo, técnico e interpretativo. 
Con la participación de grandes compositores y coreógrafos se crearon majestuosos ballets, donde el bailarín realiza con gran virtuosismo y despliegue técnico su ejecución. 
Es precisamente en el romanticismo donde el ballet se convierte en lo que conocemos ahora. Aparecen nuevas demandas para el cuerpo del bailarín; ser ligero, delicado, etéreo; se le exige salir de lo terrenal, a desprenderse del suelo. 
Es entonces cuando las bailarinas comienzan a usar las zapatillas de puntas. La sensación de ingravidez es la nueva condición y cualidad del cuerpo del bailarín.

Bailarina y maestra en Ciencias Físicas y Artes.

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