Una oficina

domingo, 28 de agosto de 2016 · 00:00
Por Daniel Arellano Gutiérrez 

Nuestra institución es un lugar donde la burocracia es el arma perfecta para dejar a los empleados sin alma. Aquí hay que mover la regla siguiendo con la mano el mismo patrón de hace una hora, de hace un día, de hace quién sabe cuándo: de hace siempre. 

Los números, fríos y rectos, no dejan nunca espacio para la memoria, mucho menos para la imaginación. La mecánica del trabajo la adormece, la mata lentamente hasta desbaratar sus capacidades creadoras. 

Lo único importante es que todo cuadre, que todo esté en orden, que no quede nada fuera de lugar. Organizar y administrar hasta el último respiro, que no quede parpadeo sin conteo ni beso sin registro. 

Las caricias se pueden repartir sólo durante el almuerzo, y queda estrictamente prohibido hablar de cualquier otra cosa que no involucre la planeación de las próximas horas. En este lugar el tiempo es un cuadrado, y no se permite pensar en la posibilidad de que sea más un círculo en constante cambio que una línea recta inamovible. Se enseña que hay que ser un número en una lista en un archivero en una oficina en un edificio en una institución en una ciudad. Nada más. 

Así es como nuestra oficina mata a sus empleados poco a poco, día con día, semana con semana. Lo hacemos con discreción, y con mucha paciencia para que los empleados no se den cuenta, dejándolos morir de inanición, del hambre de vivir, aplastando sus esperanzas y enterrando sus deseos de hacer algo más con su existir antes de morir. ¿Soñar? ¿Volar? Aquí el techo cubre el cielo, y a donde sea que voltee sólo encontrará más archiveros. Pero no hay que preocuparse, bastará con un abrir y cerrar de ojos para que los colores se desvanezcan de la memoria.
El papel se utiliza para crear sistemas matemáticos humanos cuya perfección se va incrementando con el paso de los años ¿Dibujar? ¿Para qué dibujar? Al final del día tiene que comer y pagar la renta. ¿No es preferible comprar algo de ropa nueva? ¡Ya se puede ordenar por Internet! Cómprese mejor un café de Starbucks, eso lo ayudará a no pensar en cosas tan vanas como la imaginación, el arte y la libertad. 

No, no hay que pensar en eso de la libertad. Mejor mirar para allá, a cualquiera de las pantallas, la de su teléfono o la de la tele, no ve que la telenovela de las ocho está por comenzar ¿No la ha visto? ¿Y qué está esperando? Prenda la pantalla. Aquí todo está listo para usted, para que trabaje con mayor comodidad. Se ha planeado con anticipación, se ha invertido esfuerzo y dedicación para que no tenga que pensar en absoluto, hasta el último detalle ya está en su lugar, no hay esquina que no esté donde le corresponde. Ha quedado todo preparado para que lo único que tenga que hacer usted sea presionar un botón, y eso lo puede hacer hasta con los ojos cerrados, con el meñique si así lo prefiere. 

Así es: ya puede vivir y trabajar hipnotizado de forma automática. A eso ha destinado la institución todos sus esfuerzos, a que no tenga que lidiar con las responsabilidades de la libertad de pensar. Para eso se trabaja día y noche dentro de estas cuatro paredes. Por eso han cambiado los empleados cada minuto de sus vidas. Y para eso le hemos dado la bienvenida — Se escuchan ecos de aplausos monótonos desde el fondo oscuro de los miles de pasillos perdidos en la penumbra —. Esperamos que todos sus sueños se pudran con el tiempo, y que aprenda rápido a obedecer sin miramientos; será menos doloroso si no se resiste. Tome ahora un sello mecánico y comience a despachar los formatos de  no-voluntad y anti-reflexividad. Que esto de determinar la vida para toda la humanidad no se hará por sí solo.  

Comunicólogo y fotógrafo.

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