Poemas y cuento

domingo, 24 de junio de 2018 · 00:00

Colores y animales

Por Liz Durand Goytia*

A esa casa yo llegué por un motivo diferente pero como “a donde fueres, has lo que vieres” la situación cambió. Los niños de esa casa grande llena de cuartos y de objetos valiosos amontonados por todos lados querían ponerse a pintar y no sabían cómo empezar con tantos materiales que tenían: los lápices prismacolor estaban distribuidos o tirados por varias partes, y los cuadernos profesionales de papel para pintar estaban usados de la peor manera, con las hojas cortadas de cualquier forma y arrugadas. Yo sólo me quedé pensando en los niños de mis talleres, que tienen que usar crayolas partidas en tres para que nos alcancen… pero me puse a mostrarles cómo se separan las hojas cuidadosamente, con una navaja.

Les dije que les enseñaría a mezclar siete colores para que hicieran todos los que quisieran con pintura, pero a la hora de escogerlos no pude recordar bien el orden en que van en la paleta y estuve batallando. De pronto entró una muchacha que me pareció conocida y me dijo que estaba interesada en comprar mi joya pero que se la dejara un tiempo más para poderse decidir. Algo tiene mi cabeza porque tampoco recuerdo de qué habló, cuál joya, yo ni tengo… ¿Me puedes recordar por favor cuál es la que te dejé? le dije aparentando naturalidad, y sacó de su bolso una cartera ¡de piel de cocodrilo! Me hice cruces: ¿yo de dónde la saqué? Debe haber sido un regalo de alguien que no me conoce y quise deshacerme de eso. Pero justo cuando traté de hacer memoria la chica escucha ruidos en la extraña ventana pequeña en forma de arco que está a poca altura del piso y la abre, dando paso una ave totémica parecida a un búo pero no es esponjosa sino lisa, no sé cómo cupo si está grande, y se queda parada sobre una jaula vacía. A regañadientes me acerco al pájaro porque la chica sabe que me gustan los animales y me pide que lo toque. Al extender mi mano el ave la toma abarcándola toda con sus patas negras de uñas filosas y me da miedo ver tan cerca de mí ese pico también negro como de águila. Quiero retirar mi mano pero el ave se resiste y aprieta… señal de que debo despertar.

 

Lecturas

De los libros de Carlos Castaneda que he leído, “Relatos de poder” me ha parecido, sobre todo en su capítulo final, el más poético y emotivo, que me conmovió al punto de tender discretamente una lágrima.

Experimenté por medio de la lectura la plena solitud de un ser encarando al infinito, un ser fortalecido y sin embargo tembloroso, en el impacto de vivir con claridad la sensación de estar frente a algo más grande que la muerte, con una carga de asombro y de respeto pero un miedo descomunal por sentirse desnudo y desvalido ante el misterio de lo eterno.

¡Hay tanta poesía en eso! en lo escrito en el sentido de relato de un hecho por el hecho en sí, y por la forma como ha quedado expresado. Las imágenes oníricas de los viajes en estado alterado de conciencia son vívidas y magníficas.

Ignoro a qué edad escribió Castaneda sus libros, pero lo que contienen fue hecho por alguien con madurez y sabiduría, además de sensibilidad e impecable uo del lenguaje, sin mencionar a la poesía tanto en la letra como en las imágenes plásticas.

Algunos de esos libros había yo leído de muy joven y quise repasarlos para ver si ahora encontraba algo más que el relato de varios pasones con el eterno sermón de Don Juan.

Me sorprendió haber encontrado más que eso y aún poniendo en tela de juicio la veracidad sobre la existencia de Don Juan, me gustan sus enseñanzas y me causa envidia su buen humor e ingenio. Me parece un personaje entrañable, y un poeta de corazón que mucho me recuerda a mi abuelo...

 

El Cántaro Rajado

Un repartidor de agua en la India tenía dos grandes cántaros, que colgaban en los extremos de un palo, que él sostenía sobre sus hombros. Uno de los cántaros tenía varias grietas, mientras que el otro estaba perfecto y siempre conservaba toda el agua al final de la gran caminata, desde el arroyo hasta la casa de su maestro. En cambio, el cántaro rajado llegaba tan solo con la mitad del agua en su interior.

Durante dos años, esto sucedió diariamente con el repartidor, entregando un cántaro y medio, llenos de agua, en la casa de su maestro. Desde luego, el cántaro perfecto estaba orgulloso de su irreprochable cumplimiento del fin con que fuera hecho. Pero, la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía cumplir con la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.

Después de dos años, el cántaro rajado le habló al repartidor, diciéndole:

−Estoy avergonzado de mí y quiero disculparme contigo.

−¿Por qué? ¿De qué estás avergonzado? −preguntó el repartidor.

−Porque debido a mis grietas solo puedes entregar parte de mi carga y obtienes la mitad del valor que deberías recibir −dijo el cántaro.

 

El repartidor de agua se sintió mal por el viejo cántaro rajado y le dijo compasivamente:

−Cuando regresemos a la casa del maestro, quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del sendero.

En efecto, mientras subían la colina, el viejo cántaro se dio cuenta de las hermosas flores crecidas sobre su lado del camino, y esto lo alentó un poco. Pero al final del trayecto, él todavía se sentía mal por haber repartido solo la mitad de su capacidad, y nuevamente se disculpó al repartidor por sus defectos.

El repartidor le dijo entonces:

−¿Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Planté semillas de flores en tu lado del camino, y cada mañana, mientras caminábamos de vuelta sobre el sendero, las regabas poco a poco. Durante dos años, he podido recoger estas hermosas flores para decorar el altar de mi maestro. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.

*Proyecto Cuentos para Crecer.

...

Comentarios