Lecturas: Olga Orozco

domingo, 8 de julio de 2018 · 00:00

Por Liz Durand Goytia*

Antes de dormir, ya en cama, leí varios poemas de Olga Orozco en voz alta, cosa que hago de vez en cuando. Es lo primero que me piden sus poemas; alzar la voz. Siempre va por delante mi favorito: "La cartomancia". Termino sacudida por su fuerza, por sus imágenes apocalípticas. Así dice un fragmento:

...Cuídate del amor que es quien se queda.

Para hoy, para mañana, para después de mañana.

Cuídate porque brilla con un brillo de lágrimas y espadas"...

Después descubrí "Con esta boca, en este mundo". Tiene imágenes impresionantes y de una contundencia desoladora. La poeta es una bárbara que nos atraviesa con todas sus palabras para que no quedemos sin saber cómo es que se desvena cada vez que escribe alguna letra:

..."Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.

Hemos ganado. Hemos perdido,

porque ¿cómo nombrar con esta boca,

cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?"...

Y cada cada que la leo yo me pregunto ¿Pero qué tiene est mujer, qué tiene? Sus versos no son un guante de seda como nos dice en "La mala suerte", en donde la tragedia podría mover a risa, por exagerada.

Me faltaba enfrentarme a "Un relámpago, apenas", que comienza:

"Frente al espejo yo, la inevitable:

nada que agradecer en los últimos años, nada, no siquiera la paz con las señales de los renunciamientos,

con su color inmóvil"...

La lectura nos coloca en medio del azogue que se destiempla y se convierte en oleaje detrás del vidrio. Somos reflejo del espejo.

En el "Himno de alabanza" expresa la celebración de la vida y agradece a su cuerpo, a sus sentidos, y más aún, cálidamente, a la hormiga y la torcaza, a una brizna en el viento, a su silla -¡por Dios!-, la ráfaga y la lluvia.

Y en el último párrafo me quiebro, no puedo controlar la voz, que se me espesa en lágrima y latido con arritmia porque esas letras y vocablos me hienden como filos de escarcha, y desde los tres ríos de lágrimas que sueltan cada uno de mis ojos me pregunto: ¿Pero qué tiene esta mujer, qué tiene?

Un rosario de jade

Por Liz Durand Goytia*

Estoy de visita en la casa de una señora muy mayor.  Hay muchas habitaciones bastante abigarradas tanto en la arquitectura como en el contenido: parece museo porque los muebles son bastante antiguos aunque bien cuidados.

Una de las empleadas de la casa me pide que la ayude a revisar el drenaje de las cafeteras. Disimulo cuanto puedo mi cara de “¿what?” y la acompaño a un antecomedor que tiene vitrinas llenas de objetos de plata oxidada. Entre ellos, las cafeteras.

Al revisar una por una veo que en la parte del fondo o base tienen un compartimento como el que conocemos para poner pilas en algún aparato, y procedo a retirar los diminutos tornillos para ver si ahí se esconde el drenaje dichoso.

¡Sorpresa! lo que contiene ese espacio son una especie de libritos de acordeón hechos con tela. Como son tan antiguos no sé si fue con el propósito de que perduraran más que el papel o en esos tiempos no había tanta disponibilidad del mismo. Tienen bordadas letras que calculo son oraciones que servían para acompañar a los niños pobres que atendían en el lugar de procedencia de las cafeteras.

Otra de las jarras tenía lo que dijeron es un rosario, pero mentira porque no tiene cuentas, es sólo una cadena dorada -seguramente de oro- con alguna que otra cuenta y una piedra de jade tallada con la forma de un niño dormido y cubierto con una cobijita. Es precioso el trabajo.

Otras personas que están haciendo el recorrido de visita por la casa se entusiasman y quieren comprar alguna de las piezas, pero la empleada consulta con la dueña y ésta decide que va a vender un lote por doscientos mil pesos. Los visitantes hacen cálculos y resulta que les falta una cuarta parte para completar.

Me dirijo a una sala grande donde está la sobrina de la dueña, una mujer joven muy guapa y distinguida que al parecer está recogiendo sus cosas porque van a dejar la casa. Hay un mueble muy ornamentado de madera con cajones y me dice que ahí puedo guardar mientras mis cosas. Son muy pocas, prácticamente sólo mi bolsa, que deposito en el cajón.

No se me quita de la cabeza la cadena con el pendiente de jade y voy por ella a hurtadillas. Está en una cajita de cartón blanco y una vez que la tengo, debo ocultarla. En mi bolso. Pero no está en el cajón, únicamente encuentro ropa de la sobrina y un collar de perlas que no me interesa, nunca me gustaron las perlas y está demasiado grande.

Deambulo por la casa buscando un escondrijo y en una habitación que parece despacho decido que me servirá un pequeño sillón  primorosamente tapizado en color rosa con cojines muy monos. Pongo la cajita debajo de un cojín y lo acomodo para que no se vea nada.

Súbitamente atrae mi atención una voz de mujer a un lado. Es una secretaria sentada al escritorio que me cuenta que cuando no tiene nada que hacer -o sea con frecuencia- le gusta sacar todos sus lápices labiales para hacer combinaciones de colores. Dice que ella siempre está pendiente de tener actividades, por eso.

Definitivamente no creo poder escuchar todo lo que tiene por decirme. Prefiero despertar.

*Poeta y promotora cultural.

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