LA TURICATA

El Tijuana

Por José Carrillo Cedillo
martes, 30 de octubre de 2018 · 00:00

Corría el verano de 1962, cursaba yo el cuarto año de la carrera y me tocaba asistir al taller de pintura del afamado maestro Antonio Rodríguez Luna, al que muchos alumnos deseaban asistir, pues viendo sus trabajos en la galería de doña Inés Amor, uno salía con la convicción de que manejaba magistralmente la técnica del óleo. Su taller estaba en el patio de atrás, al que se le conocía como el patio chico, y funcionaba de 4:00 a 8:00 de la tarde de lunes a viernes.

Por las mañanas el maestro Roberto Garibay Sida, director de la escuela, ponía música clásica muy diversa, como correspondía a una escuela de arte desde el punto de vista ortodoxo, la que se escuchaba por altavoces en toda la escuela y era muy agradable trabajar.

El maestro Luna, como se le conocía, me recibió y me trató de maravilla, era un señor de origen español de más de 60 años y trataba a todos con mucha cortesía y respeto a hombres y mujeres.

El trabajo en su taller era una calca un día tras otro, una tarde como cualquier otra trabajábamos en silencio cuando de repente Rosendo, originario de la ciudad de Tijuana en Baja California (por lo que se le conocía así: El Tijuana), se le antojó encender su radio portátil sintonizando música norteña; Chema un muchacho chaparrón pero tan fornido que parecía tonelito, se desprendió de su lugar de trabajo y avanzó hasta el radio y lo apago; El Tijuana se le quedó viendo y lo volvió a encender, no había llegado el Chema a su lugar, cuando regreso y lo volvió a apagar, El Tijuana vio esto como una declaración de guerra con esta nueva incursión y se hicieron de palabras y pasaron a los empujones, entonces El Tijuana lo retó a los golpes, el Chema dijo: ya vas… salieron al patio uno tras otro y todo el salón salimos atrás de ellos incluidas las compañeras, el maestro y la modelo (que apenas pudo ponerse su bata), todos con el morbo de cómo terminaría la disputa, formamos un gran círculo entre todos delimitando el área de combate, los contendientes quedaron en el centro, ambos en guardia natural y daban pequeños saltitos haciendo círculos como estudiando al rival, al fin soltaron algunos golpes que se estrellaron en los brazos de los dos pseudo boxeadores, así pasaron varios minutos sin que ninguno asentara un golpe fuerte y la frente de ambos empezó a perlarse de sudor, de pronto el Chema se detuvo con los brazos completamente caídos a los lados y sus puños en los muslos y jalando aire por la boca, El Tijuana desconcertado y todavía con la guardia en alto le hizo la seña de que continuara la pelea… el Chema le contestó… pérese pendejo, ¿¡qué cree que no me canso!?

La estruendosa carcajada fue general y cuando se calmó, se escuchó la voz del maestro… todos, a trabajar…

Como niños preescolares regresamos todos al salón, las encrespadas aguas regresaron a su nivel y seguimos pintando con telón de fondo, de música de banda norteña. Para el grupo, ganó El Tijuana.

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