LA TURICATA

Tercera edad

Por José Carrillo Cedillo
sábado, 3 de noviembre de 2018 · 00:00

En mi vida arribé a la edad de las nostalgias con un maremágnum de sentimientos encontrados. Por un lado, leo que uno es viejo cuando no tienes planes a futuro, por mi parte tengo un baúl lleno de decenas de bocetos para futuros cuadros. Ahora que trabajo todos los días, para mí ya no existe la medida del tiempo en semanas, de hecho ando preguntando: ¿qué día es hoy?, ya me libré del tirano reloj, que ni lo uso, me levanto al caballete y mi estómago me dice qué hora es y no falla a la hora de la comida. Trabajo con la luz del sol como millones y millones de nuestros ancestros. Cuando quiero incomodarme un poco, pienso en cómo sería la vida alumbrados por teas y los ricos con velas. El aceptar que la juventud se fue para nunca regresar, me revela. Esconder mis sentimientos y adecuarme a mi nueva realidad con el dolor que cala hasta los huesos. A pesar de ello me siento bien.

Durante mi adolescencia, llevaba un diario anotando cómo cambiaba mi cuerpo y esas notas desaparecieron, consumidas con todos los muebles, en un incendio que arrasó mi casa, junto con dibujos de mi infancia y ejercicios de acuarelas que hice para presentar mi examen de ingreso a la Academia de San Carlos. Cuando joven, junto a una pareja de amigos, nos colamos en Teotihuacan a las cinco de la mañana y ascendimos la Pirámide del Sol para, desde su cúspide, ver la salida del sol por el oriente tal y como seguramente lo hacían los teotihuacanos hace cientos de años. He admirado la hermosa pirámide del Tajín en la zona totonaca y ascendí la pirámide de Kukulcán en Chichen Itzá, incluso vi el jaguar naranja y esmeralda que guarda en su cúspide interior. Visité muchas otras pirámides en otros estados, he visitado los bellísimos lagos michoacanos y recuerdo un fragmento de la canción que es su himno… palomas mensajeras deténganse en su vuelo si van al paraíso, sobre él volando están… Caminé el puente de Carlos en Praga, entré al Castillo de Franz Kafka y conocí la casa de mi novia Audrey Hepburn, que ahí nació. Estuve en Delft, ciudad donde nació, vivió y nunca salió de ahí, mi pintor favorito: Johannes Vermeer. Visité el molino de viento donde era el estudio del gran Rembrandt. Vi, a unos centímetros de mi cara, el último cuadro que pintó Vincent Van Gogh. Vi el cambio de guardia en Buckingham y los guardias de gorros de pelo negro. Vi de niño el centenario de los niños héroes de Chapultepec en la gran plaza de la Ciudad de México y también muchos desfiles militares y deportivos en esa misma plaza que recorrí desde muy niño. Ahí mismo vi al general Charles De Gaulle como sobresalía de todos los acompañantes, era muy alto, también vi a Kennedy y a la bella Jackie. Saludé al presidente chileno Salvador Allende y a Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova, incluso me fotografié con ellos mucho antes de que se inventaran las selfies. Parafraseando al gran Neruda, confieso que he viajado por muchos países cumpliendo mi sueño de niño, ahora viajo en la lectura de mis libros y todos mis recuerdos se borraran junto conmigo, como lágrimas en la lluvia…

jcarrillocedillo@hotmail.com

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