POR SI LAS MOSCAS

Sociedad de hiperconsumo

Por Laura Monzón
viernes, 9 de febrero de 2018 · 00:00

Luego de la llegada de la posmodernidad, a finales de 1989, la mentalidad del hiperconsumo hizo su aparición. A diferencia de décadas anteriores, en que solían comprarse los productos para cubrir necesidades fisiológicas y de seguridad, hoy día, se compra por el simple hecho de comprar, para autorrealizarse y sentirse “cool”. Vivimos en la era de la ley del mercado, donde la cultura y la industria comercial son inseparables.

La manera en que las grandes corporaciones coludidas con las empresas publicitarias nos venden la idea de la necesidad de adquirir productos que, en realidad, no necesitamos, se debe a que nos hacen sentir que el artículo en cuestión nos hará originales y únicos, que está diseñado en especial para nosotros, aunque sea un producto maquilado por millares.

El filósofo francés, Gilles Lipovetsky, uno de los grandes estudiosos de los fenómenos sociales posmodernos, dijo que nos encontramos en la “era de la civilización del deseo”. Afirma que la sociedad del hiperconsumo anuncia promesas de un aparente bienestar que viene acompañado de ansiedad, individualismo, narcisismo colectivo y pérdida del sentido de la realidad.

En varias de sus obras, Lipovetsky explica que los bienes de consumo están enfocados en atacar la emoción de las personas, a través de la promesa de brindar satisfacción inmediata y única, aunque muy subjetiva.

La globalización ha ayudado, en gran medida, a que esta nueva visión consumista se propague por el mundo, entre todas las sociedades, culturas y niveles económicos, a través de los medios masivos de comunicación.

Esta cosmovisión ha estimulado la dispersión de las grandes corporaciones y sus marcas mundiales, unificando mercados y creando eslóganes bien pensados, para llegar al corazón de cualquier consumidor, se encuentre donde se encuentre.

De esta forma, se compran los productos no por necesidad, sino para llamar la atención del otro, ganar prestigio o convencerse a sí mismo de que es original y único, siendo que la frase publicitaria del producto vendió tales promesas.

Por tal razón, hoy día, el consumo es emocional y experiencial, no de necesidad.

¿Pero qué pasa en los países del tercer mundo o de economías emergentes -como ahora se les llama, para evitar herir susceptibilidades-, donde más de la mitad de la población es incapaz de conseguir aquellos productos ‘milagrosos’ que prometen éxito y reconocimiento?

Tal vez, exista frustración, rencor y angustia por no poder ser como los ricos, los grandes, los famosos y todos aquellos que tienen la capacidad económica para conseguir los premios anhelados, lo cual nos hace repensar el futuro del mundo y hacia dónde se está dirigiendo, siendo que sólo el 1 por ciento de la población tiene las grandes riquezas, muchos la vamos llevando, el resto lucha por sobrevivir, y la brecha de la pobreza se hace cada vez más grande.

Aquí es en donde tenemos que replantearnos, ¿qué entendemos por bienestar y felicidad, dentro de una sociedad globalizada donde el valor lo dan los objetos, las marcas y la capacidad de adquisición?

Dice Lipovetsky que la falta de valores y el desencanto producido por la posmodernidad dieron vida al hiperconsumo, el cual nos está provocando un vacío y un desencanto ante la vida, que a su vez nos exige buscar los paliativos para mitigar las dificultades y el fastidio cotidiano, llevándonos en un círculo vicioso, que parece no tener fin.

De esta forma, Lipovetsky nos pide reconsiderarnos, mirarnos al espejo y hacer a un lado la falsedad del hiperconsumo y los eslóganes de las marcas que prometen felicidad instantánea. Nos exhorta a repensar y a tomar conciencia acerca del futuro que estamos construyendo y que nos está llevando por un camino, que tal vez, no es el correcto.

...

Comentarios