LA MARAÑA CÓSMICA

Siempre es hoy pero… ¡Feliz año que viene!

Por Dr. Rolando Ísita Tornell*
lunes, 23 de diciembre de 2019 · 00:00

Estamos por cambiarle número al año, le vamos a poner una suerte de nombre a lo que a todos los habitantes del planeta nos sucederá durante doce lunas llenas; le dará contexto a los acontecimientos de la opinión pública mundial, nacional, estatal, municipal, el barrio, los amigos, la familia, la chamba, amores y desamores. 2018 ya es material de trabajo para los historiadores, es el pasado.

Medir el tiempo ha sido de gran utilidad, pero también se le ha atribuido poder mágico que no tiene, lo imaginario se materializa y rige conductas, actitudes, le hemos colgado al tiempo magia, leyendas, el destino. Contradictoriamente y al a la vez le hemos banalizado.

Concebir el tiempo y tomarle medidas es una de las más importantes proezas del cerebro de nuestra especie, junto a contar, calcular, escribir y diseñar lenguajes. Pero como a todas esas proezas, le hemos degradado como valor.

El tiempo nos lo inventamos para medir el transcurrir de la vida y lo que nos rodea; va asociado a habernos inventado el contar, numerar las cosas, las personas… los días y las noches. Parte importante de la inteligencia en nuestro cerebro ha sido tomar en cuenta a la naturaleza solo en aquello que es confiable, es decir, sólo lo que sucede afuera de nuestras mentes y no provienen de ella.

Nuestros ancestros los días debieron percibirlos como iguales todos, así como las noches, oscuridad o luz. Y como a cualquiera de nosotros, avanzada la edad, el tiempo nos parece que sucede más rápido, ¿es así?, ¿puedo confiar en mi propia medida del tiempo según “lo siento”? ¡Qué tal las lunas llenas (o como llamaran a esa rueda del cielo que brilla, mengua su luminosidad, oscurece y vuelve a crecer su luminosidad)! Pues así como contar maderos, animales, personas, contaron lunas llenas para medir su tiempo de manera confiable, con cierta precisión.

Las formas y reflexiones que hemos hecho del tiempo son proezas humanas. Después de las lunas, los días, las noches y los años inventamos los relojes, desde aquellos con arena aprisionada entre dos vasos que se angostan, los de péndulo, luego los que puedan funcionar en los barcos con las mareas donde los de péndulo son inútiles, los de arena poco confiables, había que estar atentos al último grano de arena caer para voltearlo, fuese en un vendaval o en plena batalla naval.

¿Cómo se comportaban los imperios? ¿Los siervos se rebelaron contra los monarcas? Para saber con cierta confianza los sucesos pasados hay que buscar documentos marcados con un tiempo. ¿Eso se quedó en el pasado? Al pasar los pueblos en una carretera ¿quedan en el pasado? No, ahí siguen; los que pasamos fuimos nosotros. Aquellos seres que vivieron en en el pasado eran reales, vivos, como cualquiera de nosotros que nuestros sucesos los vivimos hoy.

Si lo vemos fríamente todo sucede hoy, siempre es hoy, hace un rato ya es memoria ya no es real, al igual que el microsegundo que acaba de pasar y los miles de millones de nuestras células que componen nuestro Yo se murieron en ese instante, naciendo otras con algún dato mal copiado que heredará a sus descendientes, hasta que ya nada funcione bien y muramos. El tiempo es todo de lo que estamos hechos y hacen las estrellas, desde el mismo momento que se consolidó. Tiempo materia y espacio van juntos.

En los mañanas sucederá sólo aquello lo que la voluntad común decida, no lo que pensemos o nos imaginemos (aunque eso importa), el “futuro” solo está en nuestra mente, al igual que el pasado, cual sueños o pesadillas. Sabemos de dónde vino la pelota que nos pegó en la nuca. Buscamos su trayectoria para ver de dónde vino y hacia dónde se dirigía. ¿Por qué nos es tan difícil entenderlo así con los sucesos del pasado que nos traen al presente y permiten aproximarse a lo que vendrá?

¿A quién le importa todo esto si ya es Navidad y Año Nuevo? ¡Para que se cumplan todos tus deseos!

*Comunicación de la Ciencia UNAM-Ensenada

risita@dgdc.unam.mx
 

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