LA MARAÑA CÓSMICA

Conacyt no es la ciencia

Por Dr. Rolando Ísita Tornell*
lunes, 9 de diciembre de 2019 · 00:00
Me pregunta el lector Gonzalo de Allende “¿por qué todo antes estaba perfecto en la administración de la ciencia?” (según él, no yo) y “¿qué me perturba cómo lo está haciendo la actual administración?”.

Primero invitaría a don Gonzalo a distinguir entre la burocracia que administra los recursos fiscales para el organismo público Conacyt, y la investigación científica, que es algo muy distinto. Conacyt no hace investigación, ni es para eso.

La ciencia en México, desde su institucionalización impulsada por Gabino Barreda y Francisco Díaz Covarrubias, por encomienda del presidente Juárez, no ha contado con recursos suficientes ni ha sido una prioridad estratégica para ningún gobierno desde entonces. Yo habría esperado que con éste, ahora sí; pero veo con decepción que no sólo no es prioritaria para el desarrollo con justicia y equidad como pretende la transformación sino, además, ha sido descalificada y con acusaciones que no se ajustan a la realidad.

Gobiernos revolucionarios, nacionalistas revolucionarios, desarrollistas estabilizadores o neoliberales, han impulsado y apoyado algunas disciplinas de acuerdo con coyunturas políticas y geopolíticas determinadas. Un ejemplo sería la expropiación petrolera y la fundación del Instituto Politécnico Nacional, por Lázaro Cárdenas. En otros momentos ha sido, como muchas otras actividades, sujeta a los malos usos y malas costumbres de nuestro sistema político: algún investigador con contactos al más alto nivel logra recursos y apoyos para la construcción de proyectos importantes, pero nunca como parte de una política de Estado sistemática, continua y estratégica.

En el periodo neoliberal, de 1994 (cuando Salinas nos metió a la OCDE) a 2018, fue la única parte del guion de la economía global que los tecnócratas descartaron. La ciencia y la tecnología siempre, en todas las sociedades y sistemas de gobierno, han sido fundamentales para cualquier forma de desarrollo en todos sus retos (energía, salud, agua, medio ambiente, agricultura, industria, comunicaciones, transportes, minería, construcción, alimentos, medicamentos, fenómenos naturales y más).

La ciencia y la investigación científica no son Conacyt ni sus burócratas. Desde la constitución de ese organismo la comunidad científica ha sido la menos representada. En su junta de gobierno es y ha sido Hacienda la voz de mando, otras tantas secretarías de Estado representadas y sólo dos lugarcitos para los científicos.

Con la revolución pacífica del 1° de julio de 2018 muchos pensamos que con la vocación para restaurar la República y el Estado mexicanos la ciencia, por fin, cimentaría nuestro anhelo de ser un país desarrollado, justo, equitativo, autosuficiente y sin carencias para ningún estamento social.

Lejos de suceder tal cosa, los indicios fueron incorporar pseudociencias a proyectos de Ley, descalificar a la ciencia bautizándola como “occidental” (como si tal vacilada existiera), confundir a los físicos, químicos, biólogos, matemáticos con economistas neoliberales de Harvard y Yale; comparándolos con los “científicos” de Porfirio Díaz (ninguno de esos era físico, químico, biólogo o matemático). Ningún científico mexicano ha hecho bombas. No obstante, se “prefiere a una persona honesta que a un científico que hace bombas”.

Cuando algún astrofísico, física, biólogo evolutivo externó públicamente sus desacuerdos, lejos de escucharles se les estigmatizó desde la más alta tribuna.

Los laboratorios, observatorios, talleres en sus quehaceres cotidianos se las han arreglado con los recursos de las universidades, centros e institutos de investigación. Esa comunidad, tristemente, ha sido ignorada, despreciada y acusada injustamente de lo que no es ni ha sido.

*Comunicación de la Ciencia UNAM-Ensenada

risita@dgdc.unam.mx

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