DESDE EL VIGÍA

Amor ganso

Por Dan T.
martes, 19 de febrero de 2019 · 00:00
Al presidente de México, a pesar de su edad, le gusta cansar el ganso. No hay día en Andrés Manuel López Obrador no presuma cómo cansa el ganso, aunque eso no tenga nada qué ver con lo que esté diciendo.

Y es que vamos a echar abajo la reforma educativa, me canso ganso. Vamos a prohibir que los ex funcionarios trabajen en empresas privadas, me canso ganso. A partir de ahora se acabó la delincuencia y todos vamos a ser buenos, me canso ganso.

Carlos Salinas de Gortari va a devolver a los mexicanos todo lo que se robó, me canso ganso. Durante mi sexenio el Cruz Azul será campeón, me canso... no, ni AMLO se atreve a prometer lo imposible. A veces creo que si en lugar de ser presidente, Andrés Manuel tuviera una granja seguramente se cansaría con un ganso. O gansa, para no andar de malpensados.

Es que tiene una fascinación muy extraña por los gansos, especialmente por cansarlos. El amor ganso, ese que te ama hasta cansarte.

Pero así como ama, López Obrador también odia. Pasa del amor ganso al odio pejelagarto en cuestión de segundos. Cuando veo sus conferencias mañaneras, tengo que estar totalmente concentrado, porque por un lado tiene unas lagunas verbales que parecen océanos. Pero por el otro lado, es capaz de cambiar de tema, del amor al odio, sin avisar, es más sin siquiera acabar la frase.

De por sí a esas horas estoy más dormido que Olga Sánchez Cordero, resulta especialmente difícil no perder el hilo presidencial porque habla más o menos así: “Y entonces... vamos... (...) ...a darle una beca a los jóvenes... (...) (...) ...porque ellos son el futuro... ¡me canso ganso! (...) (...) Y óiganme bien: todos los corruptos... esos sinvergüenzas... que nos vinieron a saquear... (...) ...van a ser perdonados. Amor y paz. Abrazos, no balazos. Me canso ganso”.

¿Qué dijo? ¡Quién sabe! Lo único cierto es que, como presidente, López Obrador está logrando lo que nadie había conseguido: que todo el país se levante temprano. Porque no hay mañana en que no ponga a medio país a temblar con una ocurrencia, un calambre o una simple y maravillosa locura que nos va a costar miles de millones de dólares.

El problema con la presidencia demencial es que esa locura se la contagia al resto de sus colaboradores. Y uno que está a 15 minutos de estrenar una camisa de fuerza con bonitas mangas largas y candados en la espalda, es el vocero Jesús Ramírez. Ese hombre está peor que la Chimoltrufia, pues su misión no sólo es repetir todo lo que dijo el Presidente, sino además tratar de cuidar que no suene tan absurdo para luego terminar regando tooodo el tepache.

Ahí está, por ejemplo, lo que pasó con Edith Arrieta que trabajaba en la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados en un cargo en el que se requiere una científica, pero ella era diseñadora de modas. Lo primero que hizo el vocero fue negar que la señora trabajara ahí. Así, con toda impunidad, dijo que no era cierto. Y al día siguiente tuvo que emitir un comunicado en el que “explicaba” que la señora sí estuvo, pero no estuvo. Que trabajaba ahí, pero no era funcionaria, sino colaboradora. Que sí era modista pero que la contrataron porque sabía mucho de maíz ya que de niña comía muchas tortillas. Y aunque sus conocimientos eran muy valiosos, que la dejaron ir.

Y que no se necesitaba ser experto para el cargo, pero que para cumplir los requisitos “a futuro” ahora nombraron a una auténtica científica. ¿Entendiste? Yo tampoco. Y eso, justamente, es la labor del vocero presidencial: no informar, sino hacernos bolas.

...

Comentarios