OPCIONES

El Secreto del Delfín

Por Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
sábado, 23 de marzo de 2019 · 00:00

Antes de la tercera operación a corazón abierto, al pequeño José, de escasos tres años de edad, le aseguraron sus padres, médicos y enfermeras que esta operación, aunque muy dolorosa, iba a corregir para siempre su problema cardíaco. Después, sufrió un infarto que le paralizó el lado izquierdo, dejándolo imposibilitado para mantenerse en pie y levantar la cabeza. Veía y hablaba con dificultad, y lo peor de todo, era su depresión: había perdido la fe en los adultos. Sus padres y terapeutas le habían fallado, lo habían traicionado. Ahora, ¿en quién confiar? El mundo de José se hizo añicos. Perdió el deseo de vivir.

Dina, la madre de José, recordó que durante su estancia en el hospital, el niño había mostrado interés en un perrito. También recordó haber oído decir que los delfines se relacionan bien con niños y adolescentes perturbados. Decidió comunicarse al Centro de Investigaciones de Mamíferos Acuáticos en la Florida, en el cual, por una cuota mínima, permitían a los visitantes nadar en una bahía cercada en el Océano Atlántico, con los doce delfines en estudio.

No es costumbre que los delfines hagan proezas para que los visitantes les den de comer. Los mamíferos acuáticos viven en un ambiente natural y son educados a responder a señales. Periódicamente les abren las compuertas para que, si lo desean, puedan regresar al mar. La interacción que surge con los humanos es estrictamente a voluntad y a discreción de los delfines.

Cuando José llegó al Centro tumbado en su carriola, paralítico, silencioso y ensimismado, Fonzie, uno de los delfines, nadó a la orilla. Algo especial surgió entre ellos: amor a primera vista. Los ojos indiferentes del pequeño se iluminaron y, por su parte, Fonzie, cada vez que lo veía llegar, se abría paso a toda velocidad entre sus compañeros delfines para recibir, alborozado, con una enorme cabriola, al pequeño José.

¿Qué intuyó el delfín cuando vio al niño? ¿Cómo supo de su enfermedad y sufrimiento? Nadie  lo sabe. Pero los delfines poseen tal sensibilidad y tan exquisita comunicación sin palabras que comprenden cuando una persona necesita ayuda. Los mamíferos, tiernos y graciosos, han sido utilizados para ayudar a personas con problemas mentales, a autistas y a perturbados emocionales, quienes han logrado una sorprendente mejoría. Reducen el estrés en los niños de tal manera que, una vez relajados, los pequeños son mucho más receptivos al aprendizaje.

Al principio, al ver el interés que mostraba José por Fonzie, le decían que el delfín sólo comía cuando él le daba los peces con la mano izquierda, pero el pequeño José no podía doblar sus dedos para tomar el pez. Era tal el deseo del niño de alimentar a su amigo que hablaba en el sueño: “Abre los dedos”, “Cierra los dedos”. Al fin, pudo tomar en la mano izquierda el pez y envolverlo con su mano. Dina, dirigiendo su brazo, le ayudó a colocar el bocado en las fauces abiertas de Fonzie.

Fue acelerada la recuperación del niño: toda suerte de juegos se diseñaron para que ejercitara los músculos atrofiados. Se animó a entrar al agua a jugar con el delfín y, poco a poco, con la mano izquierda pudo sostener la pelota y usar la pistola de agua para bañar a Fozie. Éste, lleno de júbilo, emitía sonidos extraños. José decía que el delfín cantaba.

Los delfines tienen 88 enormes dientes afilados. ¿Cómo pudo el niño confiar en él para darle de comer y acariciarlo?  Nadie lo sabe, pero el amor obra maravillas.

Esta historia de amor tuvo un desenlace feliz: al año de su enamoramiento, José logró caminar y correr, Y todas las tardes llevaba una cubeta llena de sardinas, con la mano izquierda, a su amigo delfín. Y dice aún entre risas: “Yo amaba a Fonzie, y Fonzie me amaba a mí”.

¿Qué vio José en el delfín que no había visto en los ojos de los humanos? Algo que todavía no se escribe en los textos de medicina y que los delfines ya lo saben.

 

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