BAJO PALABRA

Del amor herido

Por Hadassa Ceniceros
viernes, 5 de abril de 2019 · 00:00
La poesía reboza en temas de sufrimientos causados por el amor. Es curioso que deseando hablar del dolor y de la muerte inicie con el tema del amor. La búsqueda incesante del afecto de otro- de otros- me lleva de igual manera transitar por lo opuesto, por el dolor por su ausencia.

La experiencia humana nos enfrenta desde antes de nacer con el nido amoroso del vientre materno, sobrevivimos en el mundo una vez expulsados de la tibieza y seguridad en que fuimos formados, con los cuidados elementales del amor de quien nos alimenta y brinda bienestar.

La vida puede tratarnos de distintas maneras, la historia que se va formando tiene en muchos casos tristezas e infortunios, sin embargo, la búsqueda del amor, de “eso” o “algo” que nos haga bien, persiste.

Ante el tema del suicidio surgen opiniones llenas, algunas, de lugares comunes. Lo cierto es que no es posible penetrar en el estado anímico, emocional o de salud que mueve la voluntad de otro hacia ese final.

Pienso, me atrevería a decir que, por experiencias personales, que la búsqueda sigue siendo la del amor o lo mejor. El individuo ante un hecho doloroso, vergonzoso, insoportable, busca alivio, salir de ese estado, de ese momento, de esa vida causante de tal pena. El objetivo inmediato es dejar de sentir, dejar de sufrir. Asfixiado, atormentado por una noción de realidad irremediable, pone remedio dejando de ser. No hay visualización de más allá, de un después más grande. La búsqueda es por una salida pronta, inmediata y total. Fallar en un intento de estos llena de vergüenza y a veces de vacíos intocables. Se carga con el peso de una o varias intenciones y se agitan cuando el tema de la muerte por mano propia surge.

No hay respuesta, las opiniones solamente serán proyecciones desde una experiencia de vida, pueden ser interesantes, doctas, aleccionadoras, compasivas, pero siempre serán distantes y tardías.

Elegía a Ramón Sijé

(fragmento)

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

Miguel Hérnández

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