CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

¡Adelante, Chino Burgoin!

Por Rael Salvador
viernes, 10 de mayo de 2019 · 00:00

La muerte no es lo contrario de la vida, la muerte es lo contrario del nacimiento (y se nace cada vez que se toma consciencia). La vida no tiene contrarios: es lo que es y punto. Con ella hacemos de la evidencia un misterio, pero al final comprendemos que, como los caminos que llevan a Roma, la existencia sólo tiene un puerto de partida, arcano que me da para sentencia siguiente: Nadie entra vivo por la puerta de la muerte.

Adelante, Chino… todos los senderos son útiles para el caminar de los hombres, incluso los cósmicos. Tantas veces lo conversamos: ahora estamos, mañana intentaremos saludarnos desde una dimensión que, sin excepción, a los seres con vida nos es desconocida. Y tú, con tus manos que contenían siempre una fuerza delicada, aclarabas: “A los vivos urbanos, porque a la gente del campo, a los que están en las áreas rurales, su cosmogonía sobre la muerte es otra”.

Y así nos regalábamos noches interminables, hablando del espíritu de la especie, del viaje alimentado de hierbas astrales donde el chamán es el Freud del más allá, de los diamantes de la arquitectura divina que, piedras que despeinan lumbres de colores, nos obsequia con la utilidad del deseo y la luz que las mueve y transforma infinitamente por el espacio…

Ahora que has partido, Chino, y que te enfrentas a esa realidad desconocida –debería decir, con el coraje de aventurarte a ella–, nosotros cerramos los ojos contigo y, por un momento, sólo por un momento, ante la congelada belleza de tu ataúd, las raíces de lo que somos –finitos, vulnerables, mortales– ofrecen el vislumbre de lo que todavía para nosotros es inalcanzable…

Este retrato a lápiz, no carente de luminiscencia, Enrique Botello lo describe perspicaz, deslumbrante: “El Chino Burgoin era un renegado, tenía un humor muy crítico; era radical y eso me gustaba de él. Durante mucho tiempo me frecuentaba en la Galería y pasábamos el rato charlando y tomando café… Después se ausentó por mucho tiempo y sólo llegaba de manera muy esporádica. Me gustaba mucho su trabajo, pero era complicado que vendiera una pieza. Conté con la fortuna de comprarle varias. (…) Tuve una de ellas, increíble, en la entrada del Estudio; me gustaban sus formas orgánicas y sensuales. Un día decidí llevarla a mi casa y en el trayecto se hizo pedazos… Fue muy triste, tal como es ahora la partida de él”.

Las creaciones del Chino, cocinadas al sol de su particular espiritualidad –bosquejos de una mundo mejor, esculturas irrepetibles–, resguardan una tradición que comparte vagón en el largo tren sideral, con Juan Valdez y Leonel Flores. Miro a la altura de la noche y, porque así me nace decirlo, observo el Cinturón de Orión, asterimo de muchos sueños y renombro las estrellas fijas de El Cazador con esta triada de excelsos artistas.

Ensenada, antes conocida como “Atenas del Pacífico”, tiene un romance eterno con el arte y el conocimiento: muchos de los nombres de amigos queridos se graban ya a fuego en la cúpula de sus hermosos cielos, dorado espejos de todos los mares…

Con serenidad y aprecio, la caligrafía traza la grandeza de un nombre: Chino Burgoin. Descansa en Paz.

raelart@hotmail.com
 

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