DESDE HOLANDA

La fiesta familiar

Por Dianeth Pérez Arreola
miércoles, 12 de junio de 2019 · 00:00
Cuando conocí a mi familia política -en aquel entonces, mis suegros, ocho cuñados, ocho concuños y veinte sobrinos- me pusieron a los triates en el regazo; tenían poco más de un año. Hace unos días fuimos a la fiesta de su diecisiete aniversario y pensé que para ellos yo he estado toda la vida aquí.

Y a veces siento que sí he estado toda la vida aquí y no “solo” dieciséis años. Tenía desde el otoño pasado que no iba a ninguna fiesta de la familia, a diferencia de mi esposo que ha ido solo a un par de ellas por cuestión de logística; las reuniones son tarde, las ciudades lejos y alguien tiene que cuidar a nuestras hijas.

El caso es que iba preparada para defender mi decisión, pues seguro no perderían la oportunidad de cuestionar mis motivos para regresar permanentemente a México el verano del año que viene. Empezamos hablando de Trump y yo le dije a mi cuñada que debería preocuparle más el avance de la ultraderecha en su propio país, a lo que respondió que era en verdad preocupante y que no entendía a la gente que votó por el ultraderechista de moda, calificándolo de misógino, soberbio y racista.

Entonces hablamos de los migrantes legales, y mi concuña dijo algo así como “bueno, es que los migrantes vienen, no se integran, no hablan el idioma y se quedan a vivir de las prestaciones sociales”. Entonces le dije “mira, es muy fácil juzgar desde afuera y echarles la culpa de su propio fracaso en su integración, pero yo, que la tuve fácil porque me dieron una visa y un curso muy bueno del idioma, nunca pude integrarme a este país porque nadie me dio una oportunidad laboral. Yo no quiero beneficios sociales, yo hubiera preferido un trabajo, pero un trabajo de acuerdo a mi nivel de estudios, porque enseguida te refieran a los anuncios de empleo de cajera del supermercado, repartiendo el correo o de empleada de limpieza”.

“Hubo un tiempo en el que estaba tan frustrada de tantas cartas de rechazo en los empleos para los que aplicaba, que le escribí a la entonces princesa, hoy reina Máxima, diciéndole que en vez de andar promoviendo servicios bancarios, debería enfocarse a ayudar a mujeres migrantes con estudios de posgrado a integrarse al mercado laboral holandés. Semanas después una de sus secretarias me respondió que lamentaba mi situación y me deseaba suerte”.

¿Pero ya no has intentado entonces buscar trabajo? preguntó mi concuña. No, ya no quiero lidiar con más frustración. Acabo de empezar el segundo año del doctorado. Una maestría y un doctorado en el extranjero abren puertas en México, ya estoy decidida a irme y probar suerte allá, porque me queda claro que aquí siempre seré un ama de casa o una cajera del supermercado. Yo soy capaz de muchas cosas, y por desgracia no puedo crecer aquí. Los otros estudios que he hecho son para aprender por supuesto, pero también para mantenerme activa y no volverme loca.

“Bueno, es una decisión difícil, pero es tu decisión”, dijo por fin mi cuñada tras mi largo y apasionado monólogo. Aquí quería llegar. “Así es, sé que muchos no lo comprenderán, pero no me importa, porque la decisión está tomada”. Nos fuimos y sentí que me quitaba un peso de encima. Siento que empieza la cuenta regresiva.

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