CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Lo que no está en Palabra se lo lleva el viento

Por Rael Salvador
viernes, 12 de julio de 2019 · 00:00

Recordarán, en la edición emblemática se observa a Fidel Castro en la portada, un líder vagando a la manera de superhéroe social, ataviado con una camiseta negra que porta la bandera de Cuba y una gabardina que en nada se parece a la de Camus.

La cabeza del artículo reza: “Birdman en La Habana”, y se encuentra firmado por el escritor Ramiro Padilla Atondo. Es el número 252 y con él, como editor, llego al fin de Palabra.

Palabra gozó de un largo y confortable descanso, ya que fue fundado en la primera época de El Vigía, el año de 1985, bajo la dirección de Francisco Vargas, por los reporteros Olga Aragón, Arturo López Juan y un grupo de entusiastas colaboradores, periodistas y activistas culturales, entre los que me encontraba.

Sustraído del confort, Palabra (segunda época) fue reinaugurado el 13 de marzo de 2011 y, obsequiándole un gozo público comprometido –postulado en principios éticos y estéticos–, se le devolvió a su habitad de fertilidad obsequiosa: la circulación y su lectura.

Resulta evidente que en este diálogo social, los interlocutores –creadores y lectores– manejaron intereses de diversa índole, algunos hipercríticos, dejando atrás la autocomplacencia; los más, centrados en la importancia de la información y su difusión, pero en un contraste que muchas veces enriqueció el ejercicio de la cultura, revalorando cualidades y habilidades.

El suplemento literario –en sus 252 semanas que lo edité (en compañía de un gran equipo de colaboradores), hasta el domingo 26 de febrero de 2016– cumplió con acercar los bienes humanísticos y culturales a lo largo y ancho del país, favoreciendo a un amplio sector de la sociedad que, preocupada por el acontecer artístico de sus diversas comunidades, hizo suyo el lema “Lo que no está en Palabra se lo lleva el viento”.

En el mejor de los casos, el regreso se ha dado.

Estoy de vuelta.
Resueltos los conflictos de interés –ideológicos, sobre todo: un caso banal, transformado en afrenta subversiva–, observando que el periodismo no pertenece a un territorio ni es exclusivo de un color o una manía, sino que se debe a todos los ciudadanos –a su interés, inteligencia y preocupación–, tal como reza el frontispicio, enaltecido con el lema: “Periodismo con la gente”.

Hay mucho por hacer. El periodismo cultural también se lee dentro de un clima y una posibilidad. Si el estado del tiempo no es favorable, el tipo de cambio que deseamos es más una construcción que un cortejo de frases hechas y lugares comunes: para vivir mejor, hay que ser mejores.

Un medio informativo no puede reducir su grandeza a un simple empeño político, mucho menos al capricho y abuso de un grupo que se beneficia del tráfico de poder (sobre todo, gubernamental) con la obsesión de someter a sus contrincantes a cualquier precio, porque es hora de entender que la libertad ideológica –cualquiera que esta sea– no se encuentra sujeta a los términos capitalistas de oferta y demanda, sino a los conceptos democráticos de dignidad y esperanza.

Nuestro trabajo editorial en Palabra se ejerce, nuevamente y con similar impulso, bajo la premisa de enriquecer el escenario cultural de Baja California, especialmente el de Ensenada. Ya lo decía G. Ferrero, y a mí me gusta y consuela repetirlo: “La cultura ayuda a un pueblo a luchar con las palabras antes que con las armas”.

raelart@hotmail.com

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