DESDE LA PLAZA SANTO TOMÁS

Lo que sucedió mañana – año 2027 – mes de agosto- 80 Tsadok Hacohen – S. XIX

En el mundo no hay nada que el hombre deje de buscar: explora montañas y colinas, quiere conocer lo que hay en el mar y debajo de él y en los desiertos más alejados. Sin embargo, hay algo que el hombre deja de lado y no busca: la divinidad que hay en él Por Ricardo Harte*
lunes, 3 de agosto de 2020 · 00:00

La Plaza de Santo Tomás estaba, ese día, atiborrada de jóvenes adolescentes que habían llegado, desde diferentes partes del país y del extranjero, a convivir al ritmo de bandas musicales famosas, en el Festival de Música Nueva de Ensenada.

Este evento se había convertido, después de varios años de inaugurarse, como el suceso musical en su género más importante del país y de buena parte del continente.

Todos los años congregaba a miles de jóvenes melómanos que inundaban la Plaza y buena parte de la ciudad.

El pulso de la Plaza cambiaba. Se sentía en la piel el palpitar de las risas, las palmas y los coros que construían el clima y el ambiente del Festival.

Grupos de jóvenes que formaban pequeñas islas humanas, moviéndose, nerviosas, de un lado a otro, empujándose entre bromas, gritos, abrazos.

Aún asi, habían pequeños espacios que los habituales de la Plaza ocupaban para continuar con sus rutinas de todos los días: conversar pausadamente, leer, escuchar música o, sencillamente, observar con curiosidad estos gestos grupales de los nuevos jóvenes que irrumpían a la vida.

Reunidos, como casi todos los días, el grupo de amigos conversaban con ese ritmo delicioso que produce la amistad cálida de quienes que han descubierto el enorme valor del diálogo verbal.

Conversar. Parece una actividad que debe suceder espontáneamente, que está siempre ahí presente porque los seres humanos podemos hablar. Hablar con palabras, con gestos, con risas, con cantos.

Sin embargo este grupo de amigos había descubierto que en estos tiempos la amistad debía ser una especie de militancia. Todo el ritmo de la vida cotidiana complotaba en contra de la práctica de la buena amistad.

La velocidad, la trivialidad, los intereses materiales y las crónicas debilidades de la raza humana – desconfianza, celos, inseguridades, etc., se habían transformado en verdaderas termitas del andamiaje de las relaciones sociales.

Y una de las primeras víctimas de esa actitud sordo-muda era la verdad.

Se habían propuesto luchar por conservar la palabra, el diálogo, la discrepancia, la sana discusión que intenta encontrar la verdad o parte de ella.

Sin ocuparse en quién era el dueño de esa verdad, sino cuál era esa verdad.

Y una expresión de esa “militancia por la amistad” era la palabra, la palabra oral.

El diálogo que exigía saber escuchar, antes que saber defender.

Dándole al “otro” la posibilidad de que sorprenda con una opinión nueva, diferente.

Saber moverse de una posición irreductible, para mirar el mundo desde otros puntos de vista. Atreverse a dudar.

Saber equivocarse y conceder razón a una posición diferente u opuesta a la que uno esgrime.

Encontrar, con el diálogo transparente, el equilibrio entre la duda y la certeza.

Entre la humildad de reconocer la ignorancia y estar seguro de uno mismo.

-¿Y Mercedes?¿Sigues afirmando que las tecnologías han fracasado?¿Que son las responsables de que mantengamos nuestros hábitos y costumbres depredadoras, inhumanas, abrazando falsos valores?- acicateó Agustín mientras levantaba su tinto en un gesto de brindis.

-Calma mi querido historiador. Mis palabras del otro día fueron, en parte, producto de la necesidad de ejercer la terapia del grito, del disparate. Pero no fueron palabras de hule. Las estás estirando demasiado. No llegué a tal grado del disparate. Si, es cierto que exclamé que las tecnologías han fracasado. Estoy de acuerdo. Tomé nota de una afirmación muy adecuada y que leo en mi apuntes: “Las tecnologías no han fracasado. Las sociedades no han logrado modificar los paradigmas que colocaron, en el Siglo XX, al capital en el centro de la Vida. Desplazando al ser humano…”.

-Bien. Creo que esa afirmación es válida. Pero, continuando con este tema ¿cuál será la causa, entonces, de que siete años después de una pandemia que amenazó con acabar con la raza humana y que nos obligó a adoptar costumbres y cuidados que eran impensables meses antes de la hecatombe, mantenemos la actitud de valorar el TENER por sobre el SER?

-Bueno… Entrarle a esos temas exige más tinto, más tiempo y más orden.

-Entiendo lo del tinto, que aplaudo como foca, y más tiempo. Pero ¿por qué lo del orden?

-Porque para avanzar en el análisis de las diversas partes del tema, debemos ser ordenados y disciplinados en ciertas rutinas del diálogo que permitan respetar principios elementales de toda discusión seria.

-Ah. ¿Y cuáles son esos principios?
-Oye historiador…me temo que pasaste por la universidad , pero la universidad no pasó por ti.

Las carcajadas del grupo resonaron en buena parte de esa área de la Plaza.

-De acuerdo, de acuerdo-rio Agustín- Pero pongámonos en la misma ruta del pensamiento. Ordenemos.

-¡Bien! Totalmente de acuerdo. Ordenemos. Pero…ya que hablamos de ordenar, ordenemos otro tinto ¿no?
 

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