DESDE LA PLAZA SANTO TOMÁS

Lo que sucedió mañana – año 2027 – mes de septiembre- 85

Por Ricardo Harte*
lunes, 7 de septiembre de 2020 · 03:31

“Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. A nosotros, los países subdesarrollados, se nos quiere condenar a ser realidades de segunda clase, siempre subordinadas. Este es el modelo que la clase trabajadora chilena, al imponerse como protagonista de su propio devenir, ha resuelto rechazar, buscando en cambio un desarrollo acelerado, autónomo y propio, transformando revolucionariamente las estructuras tradicionales”.

Salvador Allende en la ONU
Realmente esta Plaza Santo Tomás tiene un ambiente único.

A siete años de su apertura, se ha transformado en el sitio obligado de muchas familias ensenadenses, de jóvenes que buscan construirse con la música, el cine y el teatro, de niños que exploran e inventan las aventuras más fantásticas en sus áreas protegidas de juegos, de adultos mayores que reposan sus juventudes ganadas, mientras rememoran aquellos tiempos en que, exactamente en donde están ahora reposando, pasaban coches, micros, motos. Transitaban, en aquel entonces y por donde ahora hay una fuente, un montón de láminas ruidosas y desparpajadas, que hacían dudar que adentro iban seres humanos.

La Plaza se había posicionado como un lugar para la gente.

Las mujeres, los hombres, las parejas, los adolescentes, los niños son ahora lo dueños del uso de esta Plaza.

Aquí se entrecruzan vidas, se tejen futuros, se recuerdan pasiones, se sueñan imposibles.

Y los turistas pierden sus caras incrédulas por gestos de sorpresa, de agrado.

Es decir, se vive.
Los amigos de todas las semanas estaban congregados en torno a la habitual mesa del Patio de las Cubas y con dicharachero parloteo entrecruzaban comentarios, pullas, ironías, acompañadas por constantes carcajadas estruendosas que hacían interrumpir a más de un ciudadano que, enfrascado hasta el momento en una lectura intimista, sonreía desde otra mesa y con un gesto de paciencia, al bullanguero grupo.

Agustín se percató del señor que desde lejos los aceptaba con su sonrisa, aunque el grupo, además de ignorarlo, le hacía llegar los estruendos de su alegría.

- Oigan- terció Agustín- ¿ustedes creen que los libros existen?

Mercedes, la Sra. Elsa, Aída y el Inge, se miraron silenciando abruptamente el último rapto de hilaridad.

- Este…- musitó la Sra. Elsa- ¿Te sientes bien Agustín?¿No necesitarás otro vinito?

- No, gracias Sra. Elsa. Estoy bien con el que estoy disfrutando. Pero…¿Por qué me menciona eso?¿qué tiene que ver mi bienestar con lo que acabo de preguntar?

- Pues…me parece un poco, digamos…un poco, ¿obvio? que los libros existen. Basta con voltear y ver lo que tiene en la mano aquel señor de la otra mesa.

El objeto que está leyendo yo me animo a llamarlo “libro”- ironizó la Sra. Elsa.

- De acuerdo. De acuerdo. Pero si aceptamos que las cosas existen en la medida de que cumplan con el objetivo para el que fueron hechas, podemos afirmar que si un libro no satisface con el objetivo de informar, ilustrar, entretener, si no cumple con esos objetivos, se transforma en un objeto ¿no? Es decir, un libro existe si lo abrimos, lo leemos, lo disfrutamos o lo olvidamos. Yo afirmo que un libro cerrado en un librero es un objeto latente que espera ser, algún día, un libro. Pero mientras permanezca latente, sigue siendo un objeto.

- Si mi querido historiador, definitivamente necesitas otro vino.

- Ha ver, para explicarme mejor. Se supone que un libro congrega una serie de “entes” que giran alrededor, que flotan, como la literatura, la historia, la poesía, la ciencia, la gramática, etcétera, etcétera, etcétera…¿no? Todo ello le podemos llamar “la cosa”. Aquello que se materializa en un objeto y le da sentido a ese objeto. El objeto en cuestión se transforma, junto con el tema, el clima, la luz del momento, el lector, en la cosa. Es decir, si el objeto libro, repito, congrega, concentra, guarda, mantiene cuentos, refranes, poesías, fórmulas, anécdotas, se convertirá en libro/cosa, cuando sea abierto, leído, gustado, aceptado, rechazado, polemizado. Es decir, un libro cerrado no existe.

Silencio…
El grupo, un poco incómodo por el sesgo profundo que la charla había tomado, destruyendo la deliciosa trivialidad que habían logrado hasta el momento, se reacomodó en sus respectivas sillas, sorbieron un trago más del tinto.

- Este…-intentó la Sra. Elsa- entiendo tu óptica poética. O como le quieras llamar. Pero me cuesta mucho trabajo acepar que los objetos que tengo bien ordenados en mis libreros, no son libros, al menos que los use, que los abra y los lea.

- Justamente, ese es el punto. Los objetos que tiene en su librero ¿son para leer?¿Los lee?

- Pues claro!!! Bueno…no siempre…ni todos.
- Bueno…es muy sencillo. Si quiere que existan…¡Léalos!

El grupo dio por terminado el diálogo, que apuntaba a cobrar mayor temperatura, con un sonoro ¡¡salud!! y las risas se reanudaron, el señor de la otra mesa se concentró en su lectura y la Plaza continuó con el susurro de pájaros, brisas marinas y niños que se divertían sin pensar en que tendrían, algún día, dilucidar si los libros existen o no.

*Arquitecto uruguayo radicado en México hace más de 40 años

ricardoharte@yahoo.com.mx

 

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