PSICOLOGÍA INFANTIL

La narrativa en la infancia

Por: Laura Elena Beltrán Padilla*
jueves, 21 de octubre de 2021 · 00:51

Todos llevamos en nuestro interior un sinfín de experiencias, atesoradas o no, desde la infancia. Estas van cobrando sentido conforme pasa el tiempo y tenemos mayor conciencia. El pensamiento crea, se alimenta de lo cotidiano.

Mucho tiene que ver el entorno, el cómo se desenvuelva uno en el ambiente cercano: lo familiar. Por lo general, al recordar una buena historia o cuento, se asocia con el narrador, algún familiar o maestro; se desarrolla la capacidad de escucha, cuando algo capta nuestra atención.

La capacidad de narrar es un arte, sean historias reales o imaginarias, de duendes y dragones, o de princesas y hechiceros. El niño que crece con historias varias, se proyecta o empatiza con algunos de los personajes, quienes le mueven su psique; promueven y engrandecen su imaginación.

En síntesis, el escuchar un cuento como el de Caperucita Roja, impacta, nos aliamos con la pequeña niña y enojamos con el voraz lobo feroz o, por el contrario. Influye nuestro estado emocional para identificarnos con tal o cual personaje.

La narrativa de historias, cuentos y relatos, tiene lo suyo. Tal vez algunos gozamos del crecer entre oradores, literatos o escritores. En la simplicidad del hogar, del cautivante cuentacuentos del abuelo. Que maravilloso es la magia del crear imágenes, recuerdos o fantasías por lo leído o escuchado. Lleva a un encuentro afectivo para uno mismo o para dos, según el caso: de un padre hacia su hijo, o del abuelo a su nieto.

Un buen narrador se desarrolla con el tiempo, es una práctica que favorece la atención, memoria, concentración, creatividad y un sinfín más de oportunidades de madurar. De recibir valores a través del actuar de sus personajes.

Estando en sesión he descubiertos talentos, más allá de lo terapéutico. Un pequeño externaliza a través de lo lúdico y las artes su sentir y pensar. Algo que puede ser de impacto emocional se desdobla, hace catarsis y concluye con un final más tranquilizador. Influye mucho la etapa de desarrollo.

En el niño preescolar predomina lo fantaseado, les encanta el representar personajes, disfrazarse y dramatizar. En el escolar, se da una transición de escenas reales e imaginarias, empiezan a imperar ya ciertos mecanismos de protección y que impactan un tanto en la espontaneidad.

En ocasiones, los psicólogos nos apoyamos de imágenes proyectivas como el CAT A: Test de Apercepción Infantil, para estudiar la personalidad de los niños. Ahí salen sus impulsos, conflictos, rivalidades, miedos, tristezas e inseguridades.

Consiste en 10 láminas sugestivas, de escenas que consideramos “comunes” representadas por animales como osos, conejos, tigres, canguros... De acuerdo a las vivencias del niño, creará una historia, narrada por el mismo.

Un tigre malévolo, por ejemplo, puede reflejar a una autoridad castrante, que aniquila emocionalmente. O el León representar a un depredador emocional, quien viene siendo un adulto en la familia, en extremo controlador.

Se trata de traer lo reprimido y lo inconsciente a la luz para poder obtener un escáner emocional y poder establecer un plan terapéutico. Se debe de tener experiencia en el manejo, no cabe duda, para no dejar un ciclo abierto, de una herida sin sanar.

Los analistas en psicología infantil recurren al arte literario para evaluar y tratar un sinfín de males y carencias, como el abandono de un padre, la muerte de un ser querido, el abuso o violencia manifiestos.

Hay que ver, por tanto, con quien se siente identificado ese pequeño, con la víctima o con el agresor. Aunque sea una simbiosis de escenas reales e imaginarias en su psique, desde temprana edad, se puede ayudar a restructurar su historia para tener un final más feliz.

*Psicóloga y psicoterapeuta de niños

laurabelpad@gmail.com

 

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