LA TURICATA

Las posadas (en mis tiempo infantiles)

Por: José Carrillo Cedillo
martes, 28 de diciembre de 2021 · 01:02

Las posadas eran 9 días de festividades tradicionales, en las que nos reuníamos todos los habitantes de la vecindad como una gran familia. Las señoritas, Josefina Concha y Alicia, se encargaban de coordinar todo.

Primero visitar de puerta en puerta a todos los vecinos solicitando cooperación económica para los gastos, que eran: las piñatas, mínimo tres y su contenido y los adornos de toda la vecindad, cuyo patio medía, a ojo de buen cubero, unos 120 metros de largo por 25 de ancho, con la particularidad de estar dividida por la mitad en dos patios, de tal manera que desde la calle se veía una vecindad más chica de lo que en realidad era.

A la mitad había un corredor que se conocía como “la vueltecita” que daba paso al otro patio, elegido por lo dicho para las fiestas. A mí me gustaba acompañar a las muchachas, como cargante, al cercano mercado donde comprábamos las ollas de barro y toda la variedad de frutas y dulces que contienen, los peregrinos y demás personajes para el nacimiento incluyendo el heno y el musgo, sin olvidar pasar a la tlapalería a comprar muchas velas y rollos de papel de china de todos los colores, que nos servían para vestir las piñatas y elaborar entre todos largas cadenas que atravesaban de lado a lado los patios en lugar de los acostumbrados tendederos de ropa.

Todas las 22 viviendas tenían techos muy altos, unos 6 metros, lo cual era muy conveniente por lo que voy a contarles más adelante. Así como en el sudeste de México donde se acostumbran las mayordomías; en algunas ocasiones, en la vecindad algún vecino “riquillo” pagaba él sólo el costo de una posada, esto era la costumbre, además de las piñatas ofrecían tragos a los “grandes”.

Para el canto se preparaban los peregrinos y arrancaban su “viaje” desde el zaguán, donde se ponía el nacimiento y lo cargaban un niño y una niña, y todos, grandes y chicos con nuestras velas encendidas y en fila caminando hasta llegar a la primera puerta, cerrada, y cantábamos “en nombre del cieeelo ooooos pido posadaaa pues no puede andaaar mi esposa amadaaa” y los de adentro respondían “aquí no es mesón, sigan adelanteee y tocábamos tres cuatro puertas hasta llegar a la casa que había pagado todo y entonces cambiaba el texto de la canción de los de adentro “tú eres José, tu esposa es María… entren peregrinos no los conocíííía’’ y se abrían las puertas y desde luego no cabíamos todos los que íbamos en la larga fila.

Después de rezar, se iniciaban las esperadas piñatas, las clásicas eran las de cinco picos de donde se desparramaban cascadas de colores, pero me faltó decir que dos hombres en ocasiones con medio estoque después de unos alcoholes se subían a la azotea a cargar con un lazo de lado a lado las piñatas.

Josefina elegía al primer concursante y alguna de las mujeres “prestaba” su mascada y se vendaban los ojos del niño, haciendo una señal frente a sus ojos vendados se le preguntaba: ¿cruz o cuernos?, como supuesta prueba de que no estaba viendo y después de armarlo con un palo de escoba se procedía a darle “malacatonche” (girarlo sobre su eje varias vueltas, para desorientarlo y en ocasiones, marearlo) quedando a su suerte y tirando golpes con el palo de escoba a diestra y siniestra.

Los mirones hacíamos un gran círculo mientras cantábamos a coro “dale, dale, dale, no pierdas el tino” y ya con experiencia “tocabas” con el palo la piñata y tirabas el golpe, pero los cargantes elevaban la piñata y tú te sentías en medio del desierto con los ojos vendados, hasta que se condolían del golpeador después de varios intentos y al romperla los chiquillos se lanzaban al piso a tomar todo lo que podían y después de varias piñatas rotas, el juego era presumir los trofeos de fruta y dulces que cada quien había ganado. Yo, la verdad nunca pude comérmelos.

jcarrillocedillo@hotmail.com

 

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