DÍA DEL SEÑOR

XIX Domingo Tiempo Ordinario. Ciclo B (Jn 6, 41-51)

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” Por Carlos Poma Henostroza
sábado, 7 de agosto de 2021 · 02:33


El evangelio de este domingo, sucede después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, hubo personas que comenzaron a buscar a Jesús con más interés y a hacerle preguntas importantes sobre lo que Dios quería de ellos, pero siempre requerían de un signo, como si no fueran suficientes los milagros que iba realizando por donde pasaba.

En una de esas conversaciones con Jesús se refirieron al maná que comieron sus antepasados en el desierto. Jesús les habló de otro “pan”, muy superior al maná, porque quien lo comiera no moriría. Ellos le pidieron a Jesús que les diera de ese pan “que baja del cielo y da vida al mundo” (Jn. 6, 24-35). Llegó a un punto el diálogo en que Jesús les dijo que El mismo era ese “pan”: “Yo soy el Pan de Vida que ha bajado del Cielo”. Esto fue un gran escándalo, las murmuraciones que hicieron los que oyeron a Jesús hablar de ese “pan” “¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que nos dice ahora que ha bajado del Cielo?”

La gente no puede seguir escuchando algo tan escandaloso sin reaccionar. Conocen a su familia. ¿Cómo puede decir que viene de Dios? A nadie puede sorprender su reacción. ¿Es razonable creer en Jesucristo? ¿Cómo creer que en ese hombre concreto, nacido poco antes de morir Herodes el Grande, y conocido por su actividad profética en la Galilea de los años treinta, se ha encarnado el Misterio incognoscible de Dios?

Los judíos al no tener fe, ni tampoco la confianza que la fe genera, tenían que escandalizarse. No confiaron en la palabra de Jesús y enseguida se pusieron a revisar su origen. Y, confiando en sus propios razonamientos, concluyeron que Jesús no podía haber venido del Cielo.

A veces nosotros también confiamos más en nuestros razonamientos que en las cosas “inadmisibles”, que sólo se entienden y se aceptan en fe. Como la Eucaristía, ese “Pan” bajado del Cielo. Pero para creer hace falta la fe. Cierto que la fe es un don, como nos dice el mismo Jesús en este Evangelio: “Nadie puede venir a Mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Pero la fe también es una respuesta a ese don de Dios: “Todo aquél que escucha al Padre y aprende de El, se acerca a Mí”.

Ese alimento que es Cristo en la Eucaristía es un alimento “especial” porque nos da Vida Eterna. Bien le dice Jesús a sus interlocutores: “Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo murieron. Este es el Pan que ha bajado del Cielo, para que, quien lo coma, no muera... Y el que coma de este Pan vivirá para siempre”.

Para que la Sagrada Comunión o Eucaristía nos aproveche como está previsto por Dios, es cierto que es indispensable la fe en este increíble misterio. Esta es una disposición de nuestro entendimiento: creer lo que, en apariencia, no es lo que verdaderamente es.

“Quien permanece en el Amor, en Dios permanece, y Dios en él” (1 Jn. 4, 16).

“Si alguien me ama guardará mis palabras y mi Padre lo amará y vendremos a él para hacer nuestra morada en él” (Jn. 14, 23)

“Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer. Yo con él y él conmigo” (Ap. 3, 20).

Y cuando el alma se entrega de veras a Dios y a Su Voluntad, Cristo en la Comunión realiza cosas maravillosas, pues es Dios mismo, Quien viene al alma con su Divinidad, su Amor, su fortaleza, todas sus riquezas, para ser su luz, su camino, su verdad, su sabiduría, su redención.

Que la presencia real de Cristo en la Eucaristía, los bendiga hoy, proteja y acompañe siempre.

cpomah@yahoo.com

 

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