CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Horse Latitudes

Por: Rael Salvador
viernes, 11 de noviembre de 2022 · 01:28

Salto, vuelvo al feto, me contorsiono: incendiadas, las astillas laceran la mirada. El dolor revelado es intenso: la estridencia en llamas no cabe en la matriz de la tristeza: ¡La revienta! ¡Cortando el coágulo del ojo, boquea vaginales escupitajos de vísceras! Intento danzar entre el vacío infernal que ha dejado el humo… Sobrevuelo cadáveres: tropiezo, caigo, me encuentro en ebriedad enferma, mezcla de impudor ardiente y lacerante sinsentido…
La cerca, pienso en la cerca de alambre, en el cruel obstáculo. Quien dijo esto es mío, clavó la primera estaca, y las miles de millones de ellas que hoy perduran se multiplica infinitamente y acorralan a los domesticados de la brutalidad del salvajismo inútil. Es decir, salvados de las llamas de la libertad, ahora mueren cercados por las llamas del cautiverio
Los caballos, adalides de kazajistan, los del mundo árabe, los de las primeras libertades de América del Norte -hace aproximadamente cincuenta y cinco millones de años- y que retornaron a estas tierras en la conquista antigua, vencidos, con el hombre encima, quedando algunos de ellos en Santa Rosa, extensión de Ensenada...
No hay salvación, lo sé.
Y tú ahora también lo sabrás: los pulmones colapsan gracias al oxígeno que, reconvertido en monóxido de carbono, imanta la incineración, obnubila, niega la existencia, fascina la vida, paraliza y desmaya, nos salva de sentir un fuego frondoso, derritiéndonos en carne hirviente, hasta carbonizarnos, en aquello que somos o creemos ser.
Danzo, canto, sobrevuelo cadáveres, tropiezo, caigo, me contorsiono, vuelvo al feto… El pesado silencio de una voz baja habla a los espíritus galopantes de estos animales: Estrika, Melebú, Siabé, Jansenmiro, Sindra, Estorp, Ámara -lindo potrillo de las llanuras, con herraje al cuello (À)-, Sibdiur, Amila… Y tú, yegua amada, Ánela, que, en el vientre seguro, casa de agua que toda madre ofrece a su cría, y que, para desgracia del optimismo, en ella la sequía ha marchitado el fruto y sólo han quedado en suelo yermo los nervios de una rosa disecada.
Disonancia de relinchos, como cuando nacemos con la tripa de la lengua adherida a la cúpula del paladar: inseguridad, miedo, el terror intentando ser precavido sin lograrlo. 
Indecisa, la piedad ofrece inocencia al viento. Sí, “libres como el viento” y, como el viento, veloces… el mismo viento que, cercadándolos con el hierro humano, los incineró. Lo perverso es la vergüenza de lo vivo que, sin más silencio que la obligación de callar o llorar, observa la muerte: blanda, cocinada, visceral, henchida, instantes después petrificada… 
El término “Latitudes del caballo” (Horse Latitudes) se identifica como territorios de altas presiones atmosféricas situadas a dos lados -Norte y Sur- de nuestro ecuador. La región es una zona que recibe lluvias escasas y tiene vientos variables, mezclados con pausas atmosféricas, lo cual remite al poeta Jim Morrison, al declamar: “Cuando el calmado mar conspira una armadura/ Y su decaída y abortada/ Corriente cultiva diminutos monstruos/ La verdadera navegación está muerta// Complicado instante/ Y el primer animal es arrojado al mar/ Piernas sacudiéndose furiosamente / Su rígido galope verde / Y cabezas cortada/ Equilibrio/ Delicado/ Pausa/ Consentimiento/ En muda fosa nasal/ agonizante/ Cuidadosamente refinada/ Y sellada” (Horse Latitudes, The Doors).
No hay salvación, lo sé. Y también la helada de las llamas blancas… 
Ante este fuego de lo absurdo, brota la indefensión del hielo: en la Segunda Guerra Mundial, la bien amada naturaleza -en un sarcasmo de muerte congelada-, esculpió lo siguiente: “El lago parecía una extensa lámina de mármol sobre la que se apoyaban cientos y cientos de cabezas de caballo. Parecían haber sido cortadas limpiamente con un hacha. Sólo las cabezas sobresalían por encima de la corteza de hielo. Y todas miraban hacia la orilla. La blanca llama del terror seguía viva en sus ojos abiertos como platos. Cerca de la orilla una maraña de caballos encabritados se alzaba sobre sus cuartos traseros por encima de la prisión de hielo” (Kaputt, Curzio Malaparte).

raelart@hotmail.com 

...