HOY EN LA PLAZA

En un lugar de Ensenada

Por: Ricardo Harte
lunes, 21 de noviembre de 2022 · 00:00

No sé si últimamente han visitado la Plaza Santo Tomás.
Se ha transformado (bueno… está sucediendo poco a poco) en un lugar sumamente peculiar.
¿Por qué? Pues porque dado su tamaño (ni comparar, en metros cuadrados, con el Parque Revolución o la ventana al Mar), una calle de una cuadra, más las antiguas instalaciones del proceso de vinificación de Bodegas de Santo Tomás, todo indicaría que no tendría comparación con otras zonas de recreación de Ensenada.
Sin embargo, la energía, la vida, la intensidad que allí se vive, es, puedo afirmar, incomparable.
No sé si lo novedoso del modelo (la cultura conviviendo y dialogando con el comercio), o si la ubicación geográfica, o si la carga histórica que el área representa o una combinación de todo ello son los responsables, pero el asunto es que, día a día, la Plaza vibra, late de vida, de convivencia, de risas, de música.
Y evidencia de ello, escuchemos, escondidos detrás de uno de los grandes maceteros, este diálogo de nuestros cotidianos amigos.
Creo que estos diálogos que surgen a partir de las historias y anécdotas que cada quien ha vivido, son como gasolina a nuestro motor del diálogo. Conversar, sabiendo escuchar, creo que es una de las pocas actividades que nos aseguran mantener los rasgos más claros de la civilización -comentaba Mercedes- Por ello cotidianamente le “pongo las banderillas” a Don Sebas para que nos provoque, nos desafíe. ¿Qué tenemos hoy Don Sebas?
Pues, la verdad mi querida Mercedes, que hoy estoy ensimismado en una reflexión que hace ya tiempo anda merodeando por mi cabeza. Me refiero al tema de la muerte. Es un misterio ¿no creen? Es un misterio por qué aparece, por qué se desencadena, cuándo sucede. He tenido muchas experiencias propias y ajenas, en el que ese misterio me ha estado rondando.
¿La muerte? -se apresuró a intervenir Agustín- No es un tema que ahora me preocupe. No lo tengo en mi agenda -rió con ganas-. 
No, si no se trata de que nos preocupe, o que nos ocupe. Es que sencillamente, es uno de los pocos aconteceres de los cuales no tenemos la menor duda de que sucederá. Tarde o temprano. Y, paradójicamente, es un tema que rehuimos dialogar, ¿no creen? O que lo disimulamos con bromas cada vez que sale a colación.
Está bien Don Sebas -acotó Mercedes- pero ¿hay alguna razón para que ahora lo mencione?
Pues… sí. De alguna manera ese misterio cada tanto se me pone enfrente y me sonríe.
Seguro tiene alguna anécdota al respecto- terció el Inge.
Pues… sí. Viajaba en un pequeño carro hacia un lejano pueblo de los altos de Chiapas. Ya era de tarde-noche. Oscar, chofer, descendiente directo de tseltales (su abuelito no hablaba español), había pasado por mí al aeropuerto. El viaje era aproximadamente cuatro horas.
Por supuesto que hablamos, hablamos y hablamos. Muchos temas. Él había nacido en un hogar de la secta Cristiana. Conversamos sobre el paralelismo entre las creencias católicas y las de ellos, los puntos de convergencia, etc. etc.
Llegado cierto punto, me empezó a hablar de su abuelito, que, como les dije era tseltal 100%, y tenía, en ese momento, más de 90 años. 
Me comentó que estaba preocupado, porque su abuelito ya estaba alucinando. Le pregunté: “¿y qué es lo que alucina?”. “Pues”, me contesta, “ayer nos contó de que veía personas vestidas de blanco que se acercaban a él, que eran muy buenas, que le sonreían”.
Le dije que no necesariamente tenían que ser alucinaciones, que podían ser visiones, cosas que nosotros no veíamos y él sí.
Bueno, la historia termina en que Oscar no pudo irme a buscar, días después, para regresarme al aeropuerto. En el preciso momento que me contaba sobre las alucinaciones de su abuelito, en ese preciso momento en que pasábamos a poca distancia de su casa, justamente el lunes, exactamente a la ahora en que hablábamos de él, su abuelito expiró.
La muerte nos coquetea. Nos guiña el ojo. Y nosotros miramos para otro lado, silbamos con disimulo.
Creo que debemos seguir emborrándonos de asombros, pero sin dejar pasar esos instantes de eternidad en el que la Vida nos dice que ella existe gracias a que existe la Muerte.
Otra vez el silencio… los amigos ni siquiera se animaban a mirarse. Disimuladamente tomaron cada quien su vaso del tinto lleno de estrellas, sorbieron, como intentando dejar que la trivialidad regresara para poder encarar, desde ahí, un tema tan resbaloso.
Bueno… -exclamó Agustín, reacomodándose en su silla- por el mientras que no nos llega el momento, yo brindo por esas parejas tan antagónicas: la muerte/vida, la noche/día, el blanco/negro.
¡Saluuud! - exclamaron todos, mientras las risas gorjearon por toda la Plaza.

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