CONVERSEMOS

El aula…esa jaula que libera y esclaviza

Por: Ricardo Harte*
viernes, 25 de febrero de 2022 · 00:15

Días atrás leí la carta de un lector, que, en pocas palabras, señalaba su disgusto por el hecho de que se le había concedido una beca o reconocimiento a un joven artista que no tenía ningún título formal que lo acreditara como tal.

Existiendo cursos, licenciaturas, pos grados, etc., este señor lector (profesor de alguna institución formal) reclamaba que las autoridades, ignorando los méritos de profesionales que han demostrado estudios, obra y reconocimientos, habían favorecido a un solemne desconocido.

Desde mi posición de académico en una institución de educación superior en el área de la arquitectura y del diseño, con más de treinta años en estas actividades, confieso que las opiniones de este señor lector, me confundieron.

Desde la más antigua época de nuestra historia tenemos evidencias de la creatividad del ser humano. Expresiones que nacían de la guerra, del amor, de las cosechas, de la vida cotidiana, de la religión, se convirtieron en obras que, de alguna manera u otra, se ha llamado… arte.

Con el paso del tiempo y como resultado del crecimiento de la civilidad, se crearon los sistemas que estimulaban y facilitaban la formación de estos artistas (al igual que muchas profesiones más), en términos de planes de estudio, procesos de enseñanza, niveles de

aprendizaje, etc.
Esta “formalización” de los procesos de maduración en los territorios de la creación artística, entiendo que fueron formulados, poco a poco, para, repito, facilitar y provocar escenarios que incrementaran la labor artística, ubicándola en la sociedad como una profesión formal.

Los resultados de esta “institucionalización” de los procesos artísticos son innegables. Han

estimulado a jóvenes y talentosos creativos que, en anteriores circunstancias, habrían terminado de meseros en algún restaurante.

Ahora bien.
Entiendo que la “academización” de la creatividad artística nunca ha pretendido negar el camino de aquellos incipientes artistas que no tienen como, o no pueden, apegarse a las disciplinas del aula.

La institucionalización de la enseñanza artística no ha sido elaborada para obstaculizar a los talentos espontáneos o naturales, sino para facilitar, vuelvo a repetir, y estimular la “fiebre” creativa existente en la humanidad.

La capacidad artística seguirá siendo reconocida por la propia sociedad, con título o sin él, que es, en definitiva quien se puede erigir, a lo largo del tiempo, como última instancia para zanjar estas situaciones.

Sin llegar a los “extremos” del gran Ivan Illich (que niega las bondades del aula, acusándola de castradora de los educandos para convertirlos en cretinos útiles del sistema), sí acepto que no siempre los planes de estudio y los protocolos que de ellos se derivan son el mejor instrumento para facilitar la labor de la creatividad artística.

He vivido muchas experiencias que evidencian, por lo menos para mí, esta aseveración.

Insisto que, desde mi condición de académico universitario, no niego ni rechazo los sistemas de formación de los jóvenes artistas. Son métodos y sistemas que favorecen la formación de ellos, creando caminos y escenarios que deben ser recorridos para capturar técnicas, procedimientos, ejemplos, experiencias que educan, forman, estimulan.

Pero también he sido, y soy, testigo de muchas situaciones en que seres humanos con gran capacidad, se sienten envueltos con la enorme pasión de crear, de hacer, de imaginar, de volar. Y el aula, para estos seres humanos, es el peor castigo que se les puede aplicar.

Creo que no debemos convertirnos, desde el aula, en propietarios de la verdad.

*Arquitecto uruguayo radicado en México desde hace más de 50 años

ricardoharte@yahoo.com.mx

 

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