CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

La guerra, esa perra

Por: Rael Salvador
viernes, 25 de febrero de 2022 · 00:15

Sólo pueden hablarnos de la guerra aquellos que no han sido destazados en el pútrido aleteo de sus mandíbulas.

Si podemos regurgitar brumas ácidas desentrañando el subconsciente a partir de la pulsión de muerte, es posible que la insensatez de la humanidad también se repita periódicamente hasta el hartazgo.

Con fuego en la roca la vida lo dejó escrito Ayn Rand, la especie humana sólo tiene dos capacidades ilimitadas: “sufrir y mentir”.

Mas siendo un enamorado del triunfo y no del fracaso —como lo quería Blonch—, un escritor debe estar destinado a ser una enciclopedia de utopías: custodiar en el sufrimiento la esperanza latente y —así sonara falso o resultara ineficaz— no guardarse el deseo de “poder impedir la guerra”.

En su libro “La conciencia de las palabras”, Elias Canetti (1905-1994) recordaba un conmovedor episodio de su vida: «Por casualidad encontré hace poco la siguiente nota suelta de un autor anónimo, cuyo nombre no puedo citar por el simple hecho que nadie lo conoce. Lleva la fecha 23 de agosto de 1939, es decir, una semana antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, y su texto es como sigue: “Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor, debería poder impedir la guerra”».

Leemos: “...si en verdad fuera escritor”. Y, a través de esa delgadísima tela que psicológicamente llamamos tiempo, de esos pocos grados de eternidad que nos separan de hecho y su lectura, ¿respiramos la angustia de quien hizo la anotación? ¿Sentimos el palpitar del corazón en la mano de quien lo transcribió? ¿Agonizamos de dolor metafísico por no poder hacer nada ante las supurantes guerras que ahora nos cobijan?

Ante el orden que apunta el arma contra la idea, el brillo de la trayectoria de otra bala debe cumplir su cometido antes que pretender resolver las dudas filosóficas que plantean la moral y la justicia.

De no ser así —romanticismo revolucionario—, caeremos en la trampa que advierte Albert Camus al escribir “El hombre rebelde”: moriremos a los cincuenta años “de una bala de nostalgia que nos disparamos al corazón a los veinte”.

Tratar de entender la Guerra es, en primera instancia, intentar comprender por qué hay armas en las manos y deseos de poder en las mentes de los hombres.

Con la distancia la Guerra no se hace pequeña (porque sería como no dimensionar con justicia el tamaño del Sol).

La lejanía no anula, como se quiere hacer creer, la realidad.

Dondequiera que se presente, como un negro musgo de fuego, la guerra provocará la desgracia y la mutilación, el dolor y la locura.

La invasiones a Irak, Afganistán, los Balcanes, Libia —por citar las conflagraciones más recientes—, transformadas en guerras, se encuentran documentadas en imágenes, videos y textos demenciales, Sin lugar a dudas, un síntoma de debilidad —de entre los muchos que encubre el hombre— es la guerra.

Del escritorio de John F. Kennedy transcribo estas palabras: “El hombre ha de fijar un final para la guerra. Si no, la guerra fijará un final para el hombre”.

raelart@hotmail.com

 

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