COLUMNA INAH

Migración global y migración México-Estados Unidos

Por: Antrop. Jaime Vélez Storey*
jueves, 4 de mayo de 2023 · 00:00

Una de las causas de las migraciones internacionales se ubica en la profunda diferencia en los niveles de desarrollo de los países ricos y los países pobres, evidenciada en los rangos del Producto Nacional Bruto (PNB). A ello se agregan las desigualdades al interior de las naciones pobres, traducidas en exclusiones sociales, concentración de la riqueza en las minorías, ausencia de políticas de distribución del ingreso y un crecimiento demográfico que entorpece las iniciativas en materia laboral.
Otro elemento que incita a la migración se localiza en la porosidad fronteriza, por donde se filtran -con ayuda de grupos dedicadas al tráfico de personas, con ramas en los países expulsores y receptores-, una buena cantidad de migrantes sin documentos que se ven obligados a realizar travesías costosas, de alto riesgo e inhumanas.
Un tercer gran aliciente migratorio, definitivo, lo constituyen los mercados de trabajo de las naciones desarrolladas, en donde los procesos de acumulación e intercambio favorecen a determinados segmentos económicos y de servicios; la utilización de mano de obra importada, de bajo costo económico y político. Además, estos factores suelen combinarse con la vieja demanda que significan las economías informales que concentra buena parte de los trabajadores extranjeros. Así, existe una demanda de fuerza de trabajo importada que, además, incide en el abatimiento de los salarios locales.
Ahora bien, en la actualidad los anteriores factores migratorios se combinan con políticas económicas mercantiles, en los países del norte, que lejos de responder a los problemas de pobreza e inestabilidad social que padecen las naciones pobres, regatean los programas de inversión para la instalación de empresas y explotaciones agrícolas que arraiguen a la mano de obra local, e incidan en la contención migratoria.
Ni que hablar de los conflictos bélicos, nacionales e internacionales, de los últimos años.
Otra razón de peso para emigrar es la dictada por el sentido común: cuando el mundo entero es testigo de procesos económicos globales, con la concomitante liberalización de los mercados en el ámbito planetario, la emigración en busca de empleo tiende a verse como un derecho universal. Esto porque, como decían Juan Goytisolo y Sami Naïr, en El peaje de la vida, hace algunos años, la expansión económica de los países desarrollados supone la difusión masiva de mercancías culturales que, por medo de la prensa, revistas, cine, música, modas, libros, juegos y las redes, invaden e imponen "gustos", sueños y aspiraciones materiales "al alcance de la mano". Sólo es necesario desplazarse, migrar. Esto significa que los emigrantes aspiran a disfrutar de los beneficios de un mundo que ellos mismos han ayudado a construir.
En esencia, al movimiento subyace la voluntad del migrante, el deseo de resolver sus necesidades sociales. Al dejar su país de origen, los migrantes aspiran a una nueva vida y, si bien la decisión supone riesgos, casi nunca se desplazan al azar, tampoco se trata de un proceso aislado y sin sentido.
En el caso de la migración laboral México-Estados Unidos, vista como proceso histórico que data  de entre finales del siglo XIX y todo el XX, esta adquiere matices singulares no solo porque los mexicanos se desplazan a territorios que fueron suyos, sino porque el proceso del contacto cultural, histórico, dio lugar al surgimiento de una nueva cultura que no es mexicana, pero lo es; que no es estadounidense, pero lo es, y que en su vertiente más politizada y auto-reconocida se denomina cultura Chicana. En sentido estricto los mexicanos no migran, ya están allá, son parte de, son el "México de afuera".

*Director del Centro INAH-BC

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