ALGO MÁS QUE PALABRAS 

Mejorar el clima anímico

Por: Víctor Corcoba Herrero*
jueves, 28 de marzo de 2024 · 00:00

La miga de la Semana Santa, culmen del camino cuaresmal, tiene que hacernos repensar sobre nuestro propio pulso interior. Esto se consigue, sustentándose en silencio y sosteniéndose en soledad, bajo la contemplación mística y sobre la esperanza de quien es verdad y vida. 
Nuestra tarea es la de embellecer y no embobarse, la de conciliar lo irreconciliable y no poner armas sino alma, la de corregirse uno mismo como manantial de inspiración, siendo un poeta en guardia permanente, para enmendar la infusión mental a la sombra del Triduo Pascual. Tanto la referencia como el referente no pueden ser más sublimes. 
Continuamente tenemos que renovarnos y crecer espiritualmente, para movernos con mejor tono y sabio timbre; ya que, si también estamos llamados a testimoniar efectivamente el amor de nuestro Redentor, con la memoria de la Última Cena, requerimos despertar, ponernos en acción y salir de nuestro espacio insensible; para entrar en la voluntad etérea, destronando de nuestros horizontes los dramas humanos. 
A poco que nos adentremos en la pasión y muerte del Señor, que percibamos su calvario con el iris del resplandor, nos daremos cuenta de que, para reconducirnos, no hay mejor itinerario que ponernos al servicio de nuestros análogos.
Nos hace falta acogernos y recogernos para nuestra propia purificación interior, tener tiempo para sí e interrogarnos con la fuerza del amor divino, meditar sobre nuestros andares y la realidad de la vida humana. Conjugar el verbo amar en nuestro acontecer diario, es la mejor manera de cultivar la aspiración por quererse, para restituir el camino existencial e instituir en nuestra savia la ofrenda conciliadora. 
Sabiendo que el mal no tiene la última palabra, no dejemos que se nos trastoque la voluntad agraciada celeste y comprometámonos, con más valentía y entusiasmo, para que nazca un mundo más de todos y de nadie en particular. 
Fuera poderes insanos que nos desvalorizan, haciéndonos esclavos de sus mentiras, volviéndonos borregos de sus farsas. Ahí está el faro de la cruz de Cristo, para que en medio de la tempestad que nos acorrala, hallemos consuelo. Con estos sentimientos, deseo de corazón un vital y reconstituyente cambio de actitudes, lo que debe traducirse en un servicio humilde y desinteresado al prójimo. 
Esto nos ayudará a unir las voces, para poder salir de la incesante suma de conflictos y de las peligrosas condiciones de seguridad. Ojalá aprendamos a tomar conciencia de ello, porque es el sentido de paz, de solidaridad y generosidad, lo que nos orienta hacia una nueva comunión de luz.
Sea como fuere, la experiencia diaria nos convoca a experimentar, tras vivir con el óleo de la alegría los propios andares por aquí abajo, nuestra debilidad y que es la solidaridad fraterna, la que verdaderamente nos asiste a llevar los unos la carga de los otros. 
Lo importante reside, pues, en abrirse al mundo sin otro interés que el hacer familia para rehacernos. En consecuencia, quizás hemos llegado al momento crucial del “nosotros”, moradores de un mundo global. Sin embargo, continúan aumentando las distancias, con una agresividad sin pudor alguno, porque aún no hemos universalizado los derechos humanos, ni contamos con un avance de hogar común. 

*Escritor
corcoba@telefonica.net   

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