CONVERSEMOS

Y una vez más: ese fascista que todos llevamos dentro

Por: Ricardo Harte*
jueves, 28 de marzo de 2024 · 00:00

Sí, así es. Repito (y lo seguiré haciendo, “ad nausean”) lo que ya he escrito.
Cada día que pasa, las líneas que ahora repetiré, son exacta y laceradamente adecuadas.
Ahí les va.
Me permitiré reproducir algunos fragmentos de una nota que leí Ctxt. del 08.04.21 y que se debió a la pluma de Víctor Alonso Rocafort.
¿Por qué? Por la sencilla razón de ahorrarme el tiempo de redactar reflexiones que ya están expuestas de forma correcta y certera.
Como le dije a un buen amigo que, tiempo atrás, me preguntó: “¿Por qué no escribes un libro?” al que le respondí con la misma respuesta conque nutro el párrafo anterior: “¿para qué? ¡Hay un montón de libros escritos que aún no logro leer!”.
“Rememoraba Sebastian Haffner en Historia de un alemán que el ascenso nazi necesitó de una generación frustrada. Personas que creen que su vida ha fracasado a causa de la crisis económica, o por los avances sociales que los cogen con el pie cambiado, a menudo reciben con júbilo el avance de ideologías brutales como el fascismo, e incluso la guerra, pues lo viven como una especie de venganza contra una vida que les viene grande”. 

“…una vida que les viene grande”
Una excelente y poética forma de describir una actitud social que exige soluciones inmediatas a problemas que se generaron durante décadas.
La actitud de la pequeña burguesía que confunde la paciencia y sabiduría del trabajo concienzudo y consistente, con el fracaso, con la derrota.
La actitud que llevó a que la impaciente clase media argentina clamó, durante el gobierno de Isabel Perón a que “era mejor que llegaran los militares, a seguir soportando este desgobierno de Isabelita”. Los militares llegaron y asesinaron, robaron, torturaron y lograron que la clase media, que había aplaudido el golpe de Estado, cambiara de estatus y pasaran de clase media a clase paupérrima.
Continuando con la reflexión sobre la Alemania pre-hitleriana, Rocafort nos ofrece:
“La mayoría de mis compatriotas no supieron aprovechar, reflexionaba Haffner, todas las posibilidades que, a pesar de las dificultades, les brindó la libertad y la democracia de Weimar para su propia vida. La hiperinflación, el desempleo y la humillación nacional golpearon con fuerza pero, con todo, desde su mirada liberal, este autor se lamenta de que no supieron extraer lo mejor de aquella democracia inédita para ‘hacer de una pequeña vida privada algo grande, hermoso y lleno de compensaciones’. La decepción consigo mismos, la búsqueda de culpables fáciles de abatir y la expansión del tedio como una pegajosa mancha de aceite en sus vidas, despertaron el anhelo de una aventura colectiva de la que sentirse parte, soltando su rabia, dando así algo de sentido, o al menos de justificación, a su existencia”.

“…La búsqueda de culpables fáciles…”
Hoy podemos observar, con preocupación, esa actitud en nuestra realidad inmediata. 
El destrato a las los gobernantes, el constante y repetido discurso que enardece, que insulta, que exige una justicia inmediata, que exalta los más retrógados sentimientos de una igualdad que jamás se logró en el pasado, es el escenario que va preparando, lenta e inexorablemente, el “caldo del cultivo” para el mesianismo redentor que nos prometerá soluciones rápidas, imponiendo para ello disciplina, orden, silencio, oscuridad y despotismo.
“Un líder marginal, considerado histriónico y vergonzoso en 1930, cuyas diatribas nadie tomaba en serio, pasó ese mismo año de 12 a 107 diputados en el Reichstag. En un abrir y cerrar de ojos se convirtió en el Fuhrer. La fascinación hacia “el descaro salvaje” de Hitler, relata Haffner, el “encanto de lo repugnante” y “la embriaguez provocada por la maldad”, prendieron por todo el país. Voegelin nos alerta en cualquier caso sobre tomar a Hitler como coartada de millones de alemanes que lo apoyaron. Quizá la corrupción intelectual y ética de una gran mayoría, sugiere, había dejado el campo de cultivo preparado para la eclosión política de un líder cruel y oportunista como aquel”.

“…La corrupción intelectual y ética…”
La corrupción que sólo busca mantener sus privilegios, sus descarados procesos de concentración de capital, su incapacidad de ceder milímetros de ganancias descomunales permiten que, hoy por hoy, una enorme cantidad de las palabras que los medios de comunicación generan día a día, sean palabras sostenidas por la mentira, por la falsificación de los hechos, por el constante intento de enturbiar la realidad de lo que sucede.
Hoy, como pocas veces en la historia de América Latina, la principal responsabilidad ciudadana es la de hurgar en esas turbias aguas de las noticias, para buscar la verdad de los hechos. Arduo trabajo.

*Arquitecto y catedrático uruguayo radicado en México hace más de 50 años    
ricardoharte@yahoo.com.mx 

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