DÍA DEL SEÑOR

I Domingo de Cuaresma (Ciclo B)

Por Padre Carlos Poma Henestrosa
domingo, 18 de febrero de 2018 · 00:00

“En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días y fue tentado por Satanás” (Mc. 1,12-15)

El Evangelio de este domingo nos recuerda que Jesús se encuentra en un mundo dominado por el diablo, ese personaje siniestro que simboliza todo el misterio de la iniquidad del hombre.

Jesús, después de pasar 40 días en retiro ayunando en el desierto, fue “sometido a las mismas pruebas que nosotros, pero a Él no lo llevaron al pecado” (Hb.4,15). Lamentablemente a nosotros las tentaciones sí pueden llevarnos a pecar, pues éstas encuentran resonancia en nuestra naturaleza, la cual fue herida gravemente por el pecado original.

Jesús ante las tentaciones en el desierto, rechazó de inmediato al demonio. No entró en un diálogo con el enemigo, sino que le respondió con decisión y convencimiento. Porque si no se corta enseguida, las fuerzas se van debilitando y la tentación va tomando más fuerza. La tentación es anterior al pecado. El pecado es el consentimiento de la tentación. Así que no es lo mismo ser tentado que pecar. Todo pecado va antecedido de una tentación, pero no toda tentación termina en pecado.

Una cosa hay que tener bien clara: disponemos de todas las gracias, o sea, toda la ayuda necesaria de parte de Dios para vencer cada una de las tentaciones que el demonio o los demonios nos presenten a lo largo de nuestra vida. Nadie, en ningún momento de su vida, es tentado por encima de las fuerzas que Dios dispone para esa tentación.

Las tentaciones son pruebas que Dios permite para darnos la oportunidad de aumentar los méritos que vamos acumulando para nuestra salvación eterna. La lucha contra las tentaciones es como el entrenamiento de los deportistas para ganar la carrera hacia nuestra meta que es el Cielo (2 Tim. 4, 7).

El poder que tiene el demonio sobre los seres humanos a través de la tentación es limitado. Con Cristo no tenemos nada que temer. Nada ni nadie puede hacernos mal, si nosotros mismos no lo deseamos. Las tentaciones sirven para que los seres humanos tengamos la posibilidad de optar libremente por Dios o por el Demonio.

Para vencer las tentaciones, en primer lugar debemos de tener plena confianza en Dios, tener plena confianza en lo que nos dice San Pablo: nadie es tentado por encima de las fuerzas que Dios nos da. No importa cuán fuerte sea la tentación, no importa la insistencia, no importa la gravedad. En todas las pruebas está Dios con sus gracias para vencer con nosotros al Maligno.

Otra costumbre muy necesaria para estar preparados para las tentaciones es la vigilancia y la oración. Dijo el Señor: “Vigilen y oren para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41). Vigilar consiste en alejarnos de las ocasiones peligrosas que sabemos nos pueden llevar a pecar.

Muchas veces la tentación no desaparece enseguida de haberla rechazado y el demonio ataca con gran insistencia. No hay que desanimarse por esto, esa insistencia diabólica puede ser una demostración de que el alma no ha sucumbido ante la tentación. Ante los ataques más fuertes, hay que redoblar la oración y la vigilancia, evitando angustiarse.

Que el Señor en este inicio cuaresmal, los acompañe hoy, proteja y bendiga siempre.

cpomah@yahoo.com

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