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Cancún: de selva a jungla citadina
La ciudad cumple 50 años; su desarrollo vertiginoso se cimentó en el turismo y dejó un crecimiento desordenado, inseguridad y daño ambientalAGENCIA REFORMA
Ciudad de México
En apenas 50 años, Cancún creció lo que a decenas de ciudades mexicanas les llevó siglos.
Lo que antes era un pueblo cocotero, en medio de la selva, se convirtió en una boyante metrópoli con un desarrollo urbano tan acelerado que la desbordó.
En la década de los 60, un grupo de banqueros elaboró la propuesta de fundar una ciudad con vocación turística en el punto más extremo del sureste mexicano, entre la selva y plantaciones de coco.
La ocurrencia no fue descartada. Tras años de intenso cabildeo y de vastos estudios financieros, estadísticos y de prospección que justificaban la construcción de una nueva ciudad (que ahora recibe más de 7 millones de turistas al año), el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz anunció el proyecto en su informe de 1969.
“Este fue el último capítulo de la tradición mexicana de fundar ciudades”, explica Fernando Martí, cronista de la ciudad.
El proyecto, al que se sumaron funcionarios del Banco de México, la Secretaría de Hacienda y el Infratur, ahora Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur), planteaba desarrollar un complejo turístico y hotelero en una lengüeta de tierra de casi 30 kilómetros, ubicada frente al Mar Caribe.
El México de entonces padecía los estragos del constante déficit comercial y buscaba alternativas para captar divisas. En el naciente sector turístico encontró la solución, la cual sistemáticamente ha generado más dinero que las exportaciones y la venta de petróleo.
Y así, con estudios más sólidos comenzó en 1970 (ya en la gestión presidencial de Luis Echeverría) la construcción del destino conocido como: “la primera ciudad integralmente planificada”.
Al principio, ningún empresario mexicano quiso invertir en un territorio salvaje, sin conectividad con la capital del país, ni con otras ciudades del propio estado. Pero en la medida en que fueron erigiendo hoteles y otorgando créditos financieros, el desarrollo fue tomando forma.
En los primeros años de los 70 se construyeron 6 mil habitaciones, y para 1982 el tope fijado fueron 22 mil 235.
Quintana Roo, por primera vez en la historia moderna, comenzaba a estar en el radar nacional, al grado de convertirse en estado de la República en 1974.
La actividad turística no solo incrementó los ingresos en cuenta corriente, sino que creó miles de empleos, reactivó el sector primario y tuvo un elevado retorno de inversión, sostiene Alejandro Morones Ochoa, quien formaba parte del Infratur y en quien recayó la tarea de hacer el estudio costo-beneficio.
Los 50.3 millones de dólares que se invirtieron en 1980 generaron 327 millones de dólares de ingresos brutos, ejemplifica Morones Ochoa. “Nada se hizo al azar”, asegura.
Cuando llegó la crisis petrolera y de deuda externa en los 80, el turismo volvió a ser un aliciente para la economía nacional.
“En el Gobierno de Miguel de la Madrid se otorgaron swaps, que era el canje de deuda por inversión en pesos. Los acreedores internacionales podían cambiar sus créditos por pesos, siempre y cuando se invirtieran en hoteles. Entonces, eso atrajo mucha inversión extranjera”, recuerda en entrevista Pedro Joaquín Coldwell, segundo gobernador de Quintana Roo.
Es entonces cuando el número de cuartos de hotel para Cancún se eleva 62.4 por ciento, al llegar a 36 mil 113 en 1993.
Sin embargo, los beneficiados de esta segunda gran expansión de la hotelería en Cancún ya no fueron mexicanos, sino extranjeros.
Las cadenas internacionales incursionaron en el destino con un modelo All-Inclusive, lo que reconfiguró el sector.
“Llegó un momento en que las tarifas se abarataron”, comenta el hotelero Abelardo Vara, quien llegó al destino en los años 70 como gerente de Camino Real y se ha constituido como un referente en el sector.
“Se cayeron mucho los precios, por los All-Inclusive y por la cantidad acelerada de cuartos”.
En 2014, con la actualización del Programa de Desarrollo Urbano de Cancún, se fijó un nuevo límite: 49 mil 714 cuartos de hotel.
“(Actualmente) yo creo que no pasamos de más de 10 mexicanos los que estamos en la (gran) hotelería aquí en Quintana Roo”, reconoce Vara.
El resto tuvo que incursionar en otros negocios del sector.
En este lapso, la derrama económica llevó a impulsar el desarrollo en otras ciudades del estado, como Puerto Morelos, Playa del Carmen y Tulum.
Hasta ahora, el turismo sigue siendo un sector con cabal salud. Durante 2017, la actividad turística aportó 8.7 por ciento al PIB nacional, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Quintana Roo tiene una de las tasas más altas en cuanto a participación en la actividad económica: 67 por ciento, lo cual lo coloca en el segundo lugar a nivel nacional.
La entidad suele encontrarse también en los primeros lugares de generación de empleos, aunque un gran porcentaje sean informales.
Para este año se proyectan además 6 mil nuevos cuartos de hotel.
Para los hoteleros, entre los retos que actualmente enfrenta este destino están la sobresaturación de oferta de alojamiento turístico, la inseguridad y la competencia “desleal” de servicios de alojamiento temporal ofertados vía plataformas digitales.
DAÑO AMBIENTAL COLOSAL
Los autores del plan maestro de Cancún, actual capital turística del país, contemplaron los impactos ecológicos de construir una ambiciosa zona hotelera entre la selva y el Mar Caribe.
Sin embargo, Cancún cumple medio siglo de vida entre problemas que lo distancian del proyecto original.
En 1971, Antonio Enríquez Savignac, en calidad de delegado fiduciario de Infratur (ahora Fonatur), acudió personalmente al Instituto de Biología de la UNAM para encargar un estudio sobre los posibles impactos que causaría un desarrollo hotelero a la naturaleza de la región.
Entonces no existían las Manifestaciones de Impacto Ambiental ni leyes que obligaran a realizar algo parecido y entre la franja de hoteles proyectada y la zona continental mediaba un sistema lagunar y de humedales de importancia superlativa.
“Estuvo muy bien el interés de ellos. Hasta donde yo recuerdo, era genuino. No era un interés de los desarrollistas de hoy en día. Era genuino. Estaban realmente preocupados de no darle en la torre”, recuerda Eric Jordán Dalhgren, uno de los seis biólogos que elaboraron el estudio.
“Les preocupaba qué podía pasarle a la Laguna, porque era muy bella. Entonces, contratan al Instituto para que se haga la primera evaluación de la condición de la laguna, antes de que le metan mano”.
Al dar los resultados del estudio, una de las advertencias era sobre la fragilidad de la Laguna Bojórquez, una de las más pequeñas del sistema, pues se trataba de un cuerpo de agua muy cerrado, con poca conectividad, donde los contaminantes son difíciles de expulsar.
Cuatro décadas y 30 mil cuartos de hotel después, Christine McCoy Cador, investigadora de la Universidad del Caribe, evidenció la salud que guardaba hasta 2015 la Laguna Bojórquez: infestada de nitritos, nitratos oxígeno disuelto y demás contaminantes, a causa de las 10 descargas clandestinas de agua residual y 30 provenientes de alcantarillas pluviales, escribió en su tesis doctoral.
Otra de las observaciones realizadas en los 70 por los biólogos iba en el sentido de respetar las dunas costeras: no edificar en menos de 11 y 6 metros -dependiendo de la playa- de alejamiento desde la orilla de la cresta de la duna.
“Cosa que les entró por aquí y les salió por acá”, dice Jordán.
Con el paso de los años, critica, se fueron erigiendo cada vez más hoteles, incluso, al pie de la playa.
Luego llegaron los huracanes Gilberto (1998) y Wilma (2005). Al perder dunas y eliminar su vegetación, no hubo impedimento para que aquellos fenómenos naturales desnudaran la costa.
“Wilma se llevó las playas, las desapareció. Tú te asomabas y lo único que veías eran rocas”, recuerda Fernando Martí, cronista de la ciudad.
Tuvieron que extraer toneladas de arena del fondo marino para depositarla nuevamente en las costas, cambiando el ecosistema.
La zona hotelera de Cancún ha sobrepasado, desde hace algunos años, su capacidad de carga turística, ha reconocido Christine McCoy, pero también Roberto Cintrón, presidente de la Asociación de Hoteles de Cancún, Puerto Morelos e Isla Mujeres, y hasta la actual secretaria de Turismo de la entidad, Marisol Vanegas.
La infraestructura de drenaje y alcantarillado no soporta más descargas y el suministro eléctrico en ciertas zonas, en primavera y verano, no satisface la demanda.
Algunas voces, principalmente de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), han propuesto declarar una moratoria de construcción: un periodo para remediar todos los problemas y darle un descanso a los arrecifes del Caribe mexicano, amenazados por una rara enfermedad denominada síndrome blanco, que en 18 meses ha matado más corales que en los últimos 40 años.
Aunque aún no hay respuestas concluyentes sobre el origen de la epidemia, sí hay algunas hipótesis: pérdida de la calidad del agua de mar, derivado del aumento de nutrientes, provenientes de aguas residuales.
De acuerdo con datos de la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado (CAPA), apenas el 83.7 por ciento de la población está conectada al sistema de drenaje.
PIERDEN PLAYAS
La mayor parte de la superficie de las playas públicas en Cancún se ha perdido con la construcción de hoteles, es decir, con el sistemático cambio de uso de suelo, de recreativo a servicio turístico.
“¿Cuánto teníamos de playas públicas? Originalmente teníamos 38 mil metros cuadrados. Se han ido reduciendo y en 2014 teníamos 8 mil metros cuadrados”, explica Christine McCoy Cador, investigadora de la Universidad del Caribe.
En Playa Ballenas, la segunda playa más grande del destino, gran parte dejó de ser pública y ahora se erigen ahí los hoteles Hard Rock y The Vines; Playa Linda ahora es un teatro, un café y un embarcadero.
En febrero de 2018 se actualizó el Programa de Desarrollo Urbano de Cancún, en el cual se cambió el uso de suelo de otras dos playas: Delfines y Las Perlas, achicando aún más el espacio recreativo.
La pérdida de espacios públicos, condena la investigadora social, va en contrasentido al crecimiento de la población.
Si en 1975 había 25 mil habitantes, hoy se calculan más de 800 mil personas viviendo en Cancún.
La proliferación de hoteles también acabó con otra idea de los creadores de Cancún: hacer al destino algo más que un atractivo de sol y playa.
De acuerdo con el plan maestro elaborado por Infratur, la zona hotelera de Cancún iba a contar con un aviario, raquet club, terminales de ferry, espacios de acuacultura, hipódromo, parque de diversiones, paseos a caballo, excursión campestre, zoológico y museo al aire libre.
Donde ahora se planea construir un megacomplejo de 3 mil cuartos de hotel, anunciado recientemente por la Secretaría de Turismo, proyectado sobre la ya sobresaturada zona hotelera y que ha orillado incluso a Fonatur a considerar abandonar Cancún, se proponía un parque de diversiones.
Ninguno de los proyectos se llevó a cabo por los sucesivos Gobiernos municipales, en cambio, se dedicaron a incentivar el desarrollo hotelero, muchas veces entre señalamientos de corrupción.
“En 2005, en solo un mes y medio, durante el interinato de Carlos Canabal, se realizaron 23 cambios de uso de suelo, y después, con (Francisco) Alor, se aprueban 32 cambios”, critica McCoy.
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