Laibach: nazismo, democracia y otras causas perdidas

sábado, 15 de diciembre de 2018 · 00:00

Por Juan Alberto Montes*

Las dos entidades más relevantes que han salido de Eslovenia son el filósofo Slavoj Žižek y la banda Laibach.

El primero afirma en una de sus frases más conocidas que en la sociedad contemporánea estamos comiendo directamente del cesto de la basura.

Ese desperdicio se llama ideología y es su fuerza material la que nos impide darnos cuenta de la porquería que estamos engullendo a diario.

Es por ello que aún existen individuos que son capaces de sentirse partidarios de ideologías perdedoras como el nazismo, el comunismo o el capitalismo, aunque en realidad estén jugando con el control desenchufado.

En la vida social contemporánea aún ocurren estos seudodebates -desinformados y por ende apasionados- que fueron comprensibles -pero improductivos- desde 1930 hasta la caída del Muro de Berlín.

Este fenómeno es producto de una crisis en la teoría política y económica. Al no haber ideas que solucionen problemas actuales, se retoman posturas del siglo 20 que permanecen en el imaginario, las cuales, por cierto, son tendencias que ya han pasado a la historia como fracasadas.

No existe tal cosa como la izquierda o la derecha. Los partidos políticos que un día significaron instituciones ideológicas, hoy son empresas que venden demagogia para poder pagar sus nóminas formadas por seres de la más baja ralea moral e intelectual.

Bajo esta óptica, las ideologías en la actualidad sólo tienen una función estilística basada en la propaganda remanente y una estética derivada por consecuencia.

La banda Laibach se ha nutrido de estos elementos como premisa de provocación desde los años 80, al mezclar parafernalia bélica nazi y soviética, bandos enemigos en la guerra, pero similares en sus ideales totalitarios, y útiles para maniobras efectistas.

 

En defensa de la intolerancia

Laibach es el nombre que le dieron los nazis a la ciudad de Liubliana, capital de Eslovenia, durante la ocupación que sufrió el país de 1941 a 1945. Al terminar la guerra, la localidad recuperó su nombre original.

En 1980, era imposible encontrar un nombre más incómodo, infame y ambiguo para generar malestar de su contexto.

Hay que recordar que en esos años, Eslovenia formaba parte de Yugoslavia, un territorio socialista en tensión creciente entre sus estados (la cual lo llevaría al colapso en 1992).

La banda tiene un sonido basado en la música industrial, el dark wave y las marchas militares. En otras palabras: la música indicada para tomar caminatas (en especial si son rumbo a Polonia).

Han publicado ocho álbumes de estudio, el primero, homónimo, en 1985 y el último, Spectre, en 2014.

Para su concepto, son tan importantes sus canciones originales como los covers que ejecutan, ya que suelen tener una carga política muy marcada.

Un ejemplo son los del álbum Volk (2006), que fue controvertido porque está formado por las reinterpretaciones de los himnos nacionales de trece países reales y uno imaginario.

 

El ministerio de la demagogia

La banda cuenta además con cuatro soundtracks, el más reciente, del que escribiré en esta oportunidad, se llama The Sound of Music (2018).

La obra que consiste en la reconstrucción del musical conocido en Latinoamérica como La Novicia Rebelde, una obra de teatro y posteriormente una película que representan una alegoría de la liberación de Austria de la ocupación nazi.

Algunos de estos temas ya los habían tocado en Pionyang, Corea del Norte, en agosto de 2015, cuando ofrecieron dos conciertos en el marco del 70 aniversario de la independencia del país gobernado por el dictador Kim Jong-un.

Es una de las pocas bandas occidentales (sus integrantes dicen que la primera, pero es la segunda, según logré rastrear en internet) que ha tocado en ese país caracterizado por el aislamiento cultural impuesto a su población por el gobierno.

De entre todas las opciones de grupos musicales inofensivos que tenemos en la actualidad, que van desde Coldplay a Maná, pasando por Maroon 5 y Pearl Jam, representan para mí una incógnita los criterios que consideraron los miembros del Ministerio de Cultura de Corea del Norte -uno de los países nucleares con más conflictos internacionales latentes- para invitar a su celebración a la banda más políticamente incómoda y jodona del hemisferio occidental.

Tengo dos hipótesis: (1) los curadores del festival tienen (o tuvieron) un gran sentido del humor, o bien, (2) los coreanos no son capaces de detectar la ironía.

(Los invito a que revisaren en YouTube las expresiones del público coreano durante el evento, representan un material político invaluable).

En esta oportunidad la contextualización de la banda devoró la reseña de su soundtrack, el brillante The Sound of Music, por lo cual me disculpo.

Basta decir que es una reinterpretación magistral y sombría de un musical que es luminoso de origen, pero al pasar por la maquinaria musical de Laibach, las canciones adquieren significados siniestros, y por ende, una doble lectura, lo cual embona perfectamente con la parafernalia totalitaria de la banda.

Para cerrar, dejo dos frases que ha declarado Žižek sobre Laibach:

“Laibach frustra la ideología dominante porque no es una imitación irónica sino una identificación excesiva con ella. Al develar el súper ego obsceno del sistema, suspende su eficiencia”.

“En occidente, los desagradables espectáculos de compasión y caridad sólo son una máscara detrás de la cual no hay más que monstruos hipócritas. En vez de tratar de sorprendernos del totalitarismo en Laibach o Corea del Norte, deberíamos aprender sobre nuestras propias ansiedades e hipocresías”.

 

*Experto en G. W. F. Hegel.

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