Experiencias de México a París, y viceversa

domingo, 18 de febrero de 2018 · 00:00

Por José Carrillo Cedillo*

Recién casados mi esposa y yo convenimos en visitar Europa, antes de la llegada de nuestros hijos e hijas. Coincidimos en visitar París para ver de cerca y frente a nuestra cara, entre otras obras, la famosa sonrisa de la Mona Lisa.

Salimos de New York y atravesamos el Atlántico por primera vez, y recuerdo que nos sentimos como niños en recreo.

Por mi parte no pude dormir como la mayoría de los pasajeros, pues el vuelo duraba nueve horas y me dediqué a ver una película de vaqueros y leer mi libro de Las enseñanzas de Don Juan, que estaba de moda hace más de 30 años, al grado tal que una señorita francesa que regresaba a su patria en el mismo vuelo me comentó que lo había buscado en Francia sin éxito.

Entendiendo su frustración, se lo regalé.

Una de cal

Fue un viaje lleno de anécdotas, pero hay dos situaciones que quiero compartir.

Cuando llegamos a Europa ya era de noche; caminamos después de abandonar el avión rumbo al aeropuerto, para tomar nuestras maletas.

Nos formamos en una la larga fila y al paso de los minutos, cuando nos faltaban dos personas para llegar a que revisaran nuestra documentación, se acercó un señor alto y bien vestido. Sin formarse extendió sus papeles a la señorita.

Ella se había percatado de su conducta y le dijo: “no puedo atenderlo, usted no se formó”.

El señor que, al observalo concluí era norteamericano, le dijo que él no acostumbraba formarse, ella sin levantar la voz le pidió nuevamente que se formara, pero él argumentó que no tenía tiempo para eso, le dijo que no sabía con quién estaba hablando y comenzó entonces con amenazas, sin embargo, la respuesta firme de la señorita fue “si no se forma no lo atiendo”.

Observé cómo el  rostro del señor se encendió a un rojo inquietante, tomó sus papeles y caminó rumbo al final de la fila. Una de cal, pensé.

Al otro día desayunamos en el hotel: huevos sin salsa y café con los famosos cruasán. Caminamos rumbo al Museo Louvre que estaba muy cerca, verlo es como ir a comer a un restaurante cinco estrellas, con verdaderos bocados de cardenal. La riqueza en todos sentidos vale atravesar el gran charco.

Un mes después llegó el día de regresar sin cumplir nuestro sueño de viajar en esos hermosos aparatos llamados Concord. Al retorno pasamos por Atlanta, un inmenso aeropuerto que en realidad son varios juntos y las distancias entre ellos son muy largas para tratar de caminar, por ello, tiene su propio metro.

Esta vez llegamos de día a la CDMX, nos formarnos en la fila para revisar el equipaje. Cuando abrían nuestras maletas observé que una pareja de extranjeros pasaron hasta adelante; cuando pude le exterioricé mi disgusto de forma amistosa: “¿por qué los atendió si no se formaron? Pregunté a la señorita.

Ella dijo: “no es mi trabajo vigilar la fila para ver quién no se forma”. Su respuesta me ubicó, pensé “estamos de regreso en mi  lindo México”.

*Artista plástico y docente con más de 30 años de trayectoria.

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