ESCRIBIENDO CON PINCEL

Museo del templo mayor

sábado, 16 de febrero de 2019 · 00:00

Por José Carrillo Cedillo*

La noche del 21 de febrero de 1978, en el noticiero nocturno del canal 2, Jacobo Zabludovski dio la noticia de que esa  tarde, trabajadores de la compañía de luz al tender nuevos cables en la esquina de República Argentina y Tacuba, en pleno centro de la ciudad, el zapapico de uno de los trabajadores había dado contra una piedra rosa.

Quitaron el lodo y comprobaron que la piedra tenia relieves y el señor Jesús Navarrete Méndez, jefe de la cuadrilla, inteligentemente dio la orden de suspender el trabajo hasta hablar con sus autoridades, mismas que se comunicaron con el Instituto de Antropología quien envió inmediatamente a una serie de especialistas.

Los expertos continuaron la excavación con métodos de arqueología y al día siguiente salió a la luz, después de estar enterrada 500 años, la hermosa escultura que representa a la diosa Coyolxauqui: “la que se adorna las mejillas con cascabeles”, según la traducción,  (en números anteriores he hablado de esta bellísima escultura prehispánica del panteón de los dioses mexicas y explicado su importancia y su significado, además de  su gran valor plástico, como uno de nuestros invaluables tesoros nacionales).

Cuando llegaron los invasores españoles, dieron cuenta de su asombro al descubrir la maravillosa ciudad de Tenochtitlan, en medio de un lago, formada con chinampas y con 4 calzadas que la comunicaban a tierra firme y que simbolizaban el universo. Las 4 calzadas comunicaban con los reinos de Tacuba, Tlatelolco, Iztapalapa y Tlalpan.

Era una ciudad llena de canales. El cuadrángulo del centro era más grande que el actual, en el habían más de 70 construcciones y las 2 pirámides al centro, las que han sido parcialmente reconstruidas corresponden a los dioses Tláloc y Huitzilopochtli.

Los invasores acostumbraban construir sus edificaciones donde habían centros ceremoniales y aprovechaban parte del material de las pirámides destruidas, así construyeron la Catedral y contra esquina el Palacio Nacional, además de grandes palacios y más iglesias. 

Bernal Díaz del Castillo,  soldado español que acompañaba a  Herman Cortes, escribió: “Y de que vimos cosas tan admirables no sabíamos qué decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, veíamos todo lleno de canoas y en la calzada, muchos puentes de trecho en trecho, por delante esta la gran Ciudad de México”.

 

El Museo del Templo Mayor

Gracias al hallazgo, el presidente de ese momento, José López Portillo ordenó seguir el proyecto y se  derrumbaron varios edificios coloniales hasta encontrar las pirámides. Vale decir que éstas sobresalían del nivel de la calle y siempre estuvieron a la vista, fue el hallazgo lo que cambió la historia y se decidió acertadamente rescatar el resto de otras salas que ahora se pueden visitar.

El museo narra la historia de la cultura mexica desde su salida en peregrinación desde Aztlán, hasta su arribo al lago de Texcoco, cumpliendo la profecía.   

Anexo al principal templo sagrado ceremonial de los mexicas, en cuya parte superior había 2 adoratorios dedicados a Tláloc, dios de la lluvia y a Huitzilopochtli, dios de la guerra, se encuentra el museo que alberga las piezas provenientes de las excavaciones que se han realizado hasta la fecha, es un viejo edificio colonial habilitado para albergar el nuevo museo que se inauguró el 12 octubre de 1987 y cuenta con 8 salas  a saber:

  • Antecedentes arqueológicos
  • Rituales y sacrificios
  • Tributo y comercio
  • Huitzilopochtli
  • Tlaloc
  • Flora y fauna
  • Agricultura
  • Arqueología histórica

 

Las 4 primeras salas están dedicadas a Huitzilopochtli y las otras 4 a Tláloc.

No fue una tarea fácil el rescate con el tráfico citadino y miles de ojos observando los trabajos, siendo testigos de las piezas que iban apareciendo, pero no se trata sólo de piezas, hay que descubrir atrás su significado y  simbolismo para los mexicas.

Para ellos el templo mayor con sus principales dioses era el centro del universo, la representación constante de la vida y de la muerte. En su propia arquitectura vemos compendiado el concepto cosmogónico, la plataforma general donde se asienta el templo es el nivel terrestre. En sus extremos se encuentran las serpientes de cuerpo ondulante que convergen hacia el centro como guardianes, a los lados hay 2 grandes escalinatas, del lado de Huitzilopochtli se encuentra en la base la Coyolxauhqui, del otro lado grandes braceros.

Ambos adoratorios simbolizan, del lado de Huitzilopochtli, el dios de la guerra, al cerro de Coatepec, lugar donde luchó contra su hermana y le ganó desmembrándola.

Ello induce al pueblo como pueblo guerrero, el  pueblo del Sol. Y la Coyolxauhqui representa la Luna, la que es vencida todos los días por el rey Sol: Huitzilopochtli, para ello se vale del arma Xiuhcoatl, serpiente de fuego, que no es otra cosa que el rayo de Sol que al salir dispersa las tinieblas y opaca a las estrellas.

El lado de Tláloc representa el Tonacatepetl, lugar donde se guardan los granos, el sustento de los mexicas y son los tlaloques los que guardan celosamente los granos, es el lado de la pirámide que representa la fertilidad, de la vida, de la necesidad de un pueblo agrícola que requiere del agua de Tláloc para poder subsistir. También allí se celebran ceremonias en su honor pues puede tener su lado negativo y enviar rayos, granizo o demasiada agua que mata a las plantas.

En estas 2 presencias, en estos 2 dioses vemos una estrecha relación con la vida y con la muerte. En los 2 cerros que conformaban el templo mayor, se podía pasar lo mismo a los niveles celestes, que al inframundo, para llegar al Mictlán, lugar de los muertos. Para atravesar los 2 cerros y a los muertos se les depara ir a 3 lugares, según el género de muerte, los que mueren en relación al dios del agua, es decir ahogados, irán al Tlalocan, paraíso de Tláloc.

Los guerreros muertos en combate o sacrificio, irán a acompañar al Sol, Huitzilopochtli. En una parte de su recorrido, los de muerte natural se  destinan al Mictlán,  el lugar de los descarnados.

Todo esto está en el Templo Mayor, sitio de sus principales mitos y reviste la mayor sacralidad.

Rota la tapa de concreto, los viejos dioses encerrados 500 años, han vuelto a resucitar.

 

 

“Gracias al hallazgo, el presidente de ese momento, José López Portillo ordenó seguir el proyecto y se  derrumbaron varios edificios coloniales hasta encontrar las pirámides. Vale decir que éstas sobresalían del nivel de la calle y siempre estuvieron a la vista, fue el hallazgo lo que cambió la historia y se decidió acertadamente rescatar el resto de otras salas que ahora se pueden visitar”.

*Artista plástico y docente con más 50 años de trayectoria.

jcarrillocedillo@hotmail.com

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