Vida

Entre letras y copas

Si el coctel maquilla el sabor del alcohol, la literatura funciona de igual manera con la realidad; existe una línea que comunica a los cocteles y a la literatura: la impostura
miércoles, 18 de noviembre de 2020 · 00:00

AGENCIA REFORMA
Ciudad de México

En el origen de la coctelería todas las referencias tienen una constante: en algún momento, a un líquido alcohólico se le añadió otro líquido de sabor dulce y agradable para disfrazar el sabor del primero.

Si el coctel maquilla el sabor del alcohol, la literatura funciona de igual manera con la realidad. Encuentro una línea que comunica a los cocteles y a la literatura: la impostura. La mentira. Nos engañamos, en cierta medida, creyendo que con un licor dulce o acido, el alcohol no es demasiado y puedes continuar la tertulia o el placer solitario sin sentir culpa al disfrutarlo.

Las escritoras y escritores convidados a este maridaje de literatura y cocteles crearon obras que forman parte del canon literario universal, con los sentidos extasiados por el alcohol y embriagados por el sabor de un coctel con el que pudieron disimular el miedo al fracaso, sobrellevar a sus demonios y darle un sentido a su existencia.

De amores y obsesiones
“A la muerte se le toma de frente con valor y después se le invita a una copa”.

Edgar Allan Poe bebía para acallar sus tormentos y escribía para liberarse de ellos. Gran parte de su producción de cuentos, ahora reunidos en Cuentos 1 y 2 los escribió totalmente alcoholizado. Tampoco era que necesitara mucho: era intolerante al alcohol y preparaba un coctel muy dulce con brandy (Licor de Huevo) para no caer a la primera y además tenía un efecto energético que no ayudaba a alguien con una afección cardiaca.

“Hay que estar siempre ebrio. Todo se reduce a eso; es la única cuestión”.

Charles Baudelaire encontró en los versos la forma de protestar contra la sociedad y el vacío cultural. Las flores del mal es un buqué de lo más retorcido y despreciado de la realidad. El poeta maldito se entregó a la vida bohemia en donde la absenta, un potente destilado alcohólico, corría por litros en una bebida de color verde (Diablo verde o Hada verde) a la que Baudelaire le atribuía el poder de detener el tiempo y otras “magias” psicóticas.

“Denos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y hermosa muerte”.

Joseph Roth no tuvo la suerte de morir como concluye su libro La leyenda del santo bebedor. En todos los aspectos de su vida, confundió siempre ficción y realidad. Era mitómano. Vivía en el Hotel Foyot donde se alcoholizaba con una mezcla de coñac y aguardiente (Suze a la Mirrabelle). Le afectó mucho la decisión de las autoridades parisinas de demoler del inmueble por considerarlo en riesgo de derrumbe.

“Noté que cuando dejábamos de beber me salían ojeras negras y me ponía apático”.

La confesión es de Scott Fitzgerald, pero el problema de alcoholismo lo tenía también su esposa, Zelda. El libro Querido Scott, querida Zelda es un rompecabezas epistolar de una vida que empezó entre jazz, copas siempre llenas con Rickey’s para él y Orange Blossom’s para ella, y fastuosas fiestas; hasta llegar a la más lamentable decadencia que llevó a los Fitzgerald al hundimiento mental y físico.

“The light music of whisky falling into glasses made an agreeable interlude”.

James Joyce partió la literatura con una botella, dicen. Y es que con Ulises, su segunda novela, hay un antes y un después en la Literatura Universal. Bebió Old Fashion durante todo el proceso de creación; le paralizaba la página en blanco y se le atribuye haber comentado que no habría podido escribir nada “en sus cabales ni repugnantemente sobrio”. Joyce se lee sin exigir coherencia y con total disposición a vivir una inmersión a la inconciencia de su mundo.

“Pon un dedo de absenta en una copa de champán. Añade champán helado hasta que coja una consistencia irisada y lechosa. Bebe de tres a cinco copas lentamente”.

Muerte en la tarde era la bebida favorita de Ernest Hemingway, así lo narra en París era una fiesta, su libro con pasajes autobiográficos. Tratando de alejarse del coctel suicida para cuidar un poco de su salud (no es broma), se hizo bebedor asiduo del Daiquirí El Florita, el cantinero del bar sabía de su diabetes y modificó la receta con marrasquino.

“Normalmente escribo por la noche. Siempre mantengo mi whisky al alcance de la mano; muchas ideas me vienen entonces a la cabeza, de las que apenas recuerdo nada a la mañana siguiente”.

Era un Mint Julep, el trago del que se hacía acompañar William Faulkner a la hora de escribir. Fue un maestro de la polifonía en la narración, Las palmeras salvajes es ejemplo de ello; sin embargo, sus alcances literarios no dejaron de vivir a la sombra de las comparaciones con sus contemporáneos hasta que falleció.

“Me gusta tomarme un Martini / Con dos como mucho / Con tres estoy debajo de la mesa/ Con cuatro debajo del anfitrión”.

Dorothy Parker se dio el lujo de pasear su cinismo, ahogado en vodka, por el Nueva York más conservador que ha existido y de inmortalizar sus cuitas en las páginas de las más emblemáticas revistas literarias. Fue la inventora del cuento dialogado y en el libro Narrativa completa muestra la evolución cronológica de la autora que sospesó como nadie el poder del engaño y la mentira en carne viva. (Coctel Martini)

“El alcohol es como el amor. El primer beso es mágico, el segundo es íntimo, el tercero es rutina”.

Raymond Chandler tenía problemas de concentración y le costaba arrancar con el proceso de escritura, tenía la idea fija de que sólo podría hacerlo estando completamente ebrio. No era extrañar que su personaje Philip Marlowe, detective privado con el que creó una saga de aventuras, también fuera bebedor. En Adiós, muñeca, Marlowe bebía al ritmo de dos cocteles Gimlet por página.

“Porque usted necesita sentir un amparo y, en vez de amparo humano, eligió por pudor la bebida”.

Clarice Lispector intentó, en cada uno de sus trabajos escritos, reescribir la historia de su madre y de ambas. Vivió con la obsesión de ser la hija salvadora. No se guardó nada para los lectores, ni su intimidad; sin embargo, era una mujer ensimismada, monosilábica y muy ansiosa. Un soplo de vida se publicó poco antes de que muriera. Es una meditación profunda sobre la literatura y la vida, una vida que soportaba a sorbos de Moscow Mule.

“Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”.

El debut de Truman Capote como novelista fue con Otras voces, otros ámbitos, una ficción aparentemente sencilla (un hijo busca a su padre) pero con el poder para incomodar a la crítica literaria, que la calificó como decadente, pretenciosa y degenerada. Con el éxito a sus pies y convertido en el enfant terrible de la literatura, Capote estaba listo para beber algo más que un coctel de vodka con zumo de naranja (Coctel Desarmador).

“Las obsesiones son lo único que importa”.
El vodka, la comida, su madre y su orientación sexual fueron las obsesiones de Patricia Highsmith. Escribir fue el escape a lo que la torturaba. En Tom Ripley compila la saga del personaje con el mismo nombre, en el cual depositó características que le pertenecían a ella como su deseo de vivir en un mundo amoral, una sexualidad ambigua y cierto narcicismo. Mientras escribía, fumaba y bebía cocteles Bloody Mary sin parar.
 

 


Ian Fleming

Vesper

+ 90 ml Ginebra Seca

+ 30 ml Vodka

+ 15 ml Lillet Blanc

Decoración: Twist fresco de limón amarillo

Cristalería: Coupette o copa cocktail.
 

 


Truman Capote

Desarmador

+ 50 ml Vodka

+ 150 ml Jugo de naranja natural

Decoración : media luna de naranja

Cristalería: high ball
 

 


Zelda Fitzgerald

Orange Blossom - variación aromática

+ 30 ml Ginebra Seca

+ 30 ml Vermouth Rosso

+ 30 ml Jugo de naranja fresco

+ 5 ml licor de cereza seco

Decoración: triangulito de naranja

Cristalería: coupette o copa cocktail
 

 


Graham Green

Mojito - variación

+ 50 ml Ron Añejo

+ 15 ml jugo de limón verde

+ 15 ml jarabe natural

+ 40 ml Jugo de piña

+ 10 hojas de hierbabuena

+ 50 ml agua mineral

Decoración: hierbabuena y limón

Cristalería: Highball


 

 

 

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